Alejandro Samper


Confieso que me daba envidia de los gringos por tener a Barack Obama como presidente. No solo por ser un tipo joven, fresco, inteligente, carismático, con buen sentido del humor y con gusto para vestirse y en la música. El tipo representó, más que la “esperanza” que vendió en sus dos campañas, la imagen de que los Estados Unidos se estaba volviendo progresista y se sacudía del oscurantismo y el terror como herramienta de sometimiento que predicó su antecesor George W. Bush.
Como presidente le dio cobertura médica a 20 millones de ciudadanos que antes carecían de este servicio. Mejoró las relaciones con naciones con las que Estados Unidos tenía grandes y profundas cicatrices abiertas, como Cuba y Japón. Su ejército mató (aunque los expertos prefieren “neutralizó”) a la mayor amenaza terrorista de su país que era Osama Bin Laden. Redujo el desempleo al 4,9%, cifra que no se veía desde 1948, según el Buró de Estadísticas Laborales. La comunidad LGBTI amplió sus derechos y, por primera vez, los negros sintieron que se sentían representados.
Sí, tuvo muchos errores (Siria y el Estado Islámico se le salieron de control), pero fueron más los aciertos. Incluso sus logros hubiesen sido más si no es porque el Congreso, de mayoría Republicana, siempre le dio la espalda. Por eso se frenaron las reformas migratorias, el control de armas y el cierre de Guantánamo. Pero incluso sus cifras negativas, como que el déficit presupuestario que alcanzó los 587.400 millones de dólares, lo redujo en tres cuartas partes de lo heredado por Bush.
Me daba envidia. Mientras él envejecía y le crecían las orejas, a nuestro presidente, Juan Manuel Santos, le crecía la nariz. Deseaba que allá tuvieran un poco de la mierdita que nos toca aquí. Que en vez de Mickey Mouse tuvieran a algún concejal o diputado colombiano. Que en vez del siempre sonriente Joe Biden, tuvieran a un Vargas Lleras dándole coscorrones con sus dedos mochos a un escolta. Que en vez de Michelle Obama tuvieran a María Fernanda Cabal. Y, de tanto desearlo, el sueño parece que se cumplió.
Bastó ver la primera rueda de prensa del presidente electo Donald Trump para notar que los gringos se estaban colombianizando. Desde su tarima, el demócrata que fue independiente y se transformó en republicano para llegar al poder - al mejor estilo Roy Barreras -, Trump habló de chuzadas y hackers. A pesar de que reconoció que sacó provecho de ello durante la campaña, también dijo ser víctima de todas esas cosas ilegales. Me pareció estar escuchando a Óscar Iván Zuluaga.
Prometió obras faraónicas, como ese muro en la frontera con México, y me pareció que copiaba el discurso de algún candidato a la alcaldía de Bogotá con el cuento del metro. También dijo que crearía tantos empleos “que ni Dios” será capaz de igualarlo, arrogancia que solo se había visto en alguien como Gustavo Petro.
También le sacaron unos informes que denuncian cuestionables prácticas sexuales grabadas en video, dignas de alguien como el exdefensor Jorge Armando Otálora y los mensajitos con fotos de su pipí que les mandaba a sus empleadas.
Y cuando un periodista impertinente quiso cuestionarlo, Trump lo cortó. No le dejó hablar y lo tildó de trabajar en un medio mentiroso. Recordé al ubérrimo mandatario que ante los interrogantes incómodos decía: “otra preguntica, amigo periodista, otra preguntica”.
Bastó esa intervención del presidente electo para que el dólar cayera y varias empresas que cotizan en la bolsa de valores tuvieran pérdidas millonarias.
Entonces me entró un frío por la espalda y me arrepentí de haberles deseado eso a los gringos. Sobre todo porque dicen que esas cosas se devuelven... ¡Y multiplicadas por siete! Pido entonces que Trump enderezca su camino y de verdad haga a América grande de nuevo, como lo promulgó en su campaña.
Lo pido porque no quiero que esa sal se devuelva incrementada y terminemos con un guache abriéndose camino a punta de coscorrones hasta la Casa de Nariño. O a un exprocurador poniéndose silicio en vez de banda presidencial y haciendo la ceremonia de posesión en latín y de espaldas a la gente. O volver a un tipo que usó el terror como arma de manipulación popular. No, no hablo de George W. Bush, sino del que ante las preguntas incómodas respondía: “otra preguntica, amigo periodista, otra preguntica”.
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Cuando el técnico del Once Caldas, Hernán Lisi, dice que con los jugadores y contrataciones que le hicieron para este torneo se defiende, tiene toda la razón, pues no hay con qué atacar.
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