Alejandro Samper


52 años llevan las Fuerzas armadas revolucionarias de Colombia (Farc) luchando por... ¿Repúblicas independientes en el Tolima? No, ya no. ¿Por ideales marxistas-leninistas? Tampoco. Ni en Cuba, último bastión de estas teorías, creen en eso. ¿Por los campesinos? Mmm, lo dudo. Sobre todo si se encargan de sembrar sus tierras con minas antipersonales y reclutar a sus niños para llevarlos a darse bala en el monte contra soldados profesionales. ¿Por el pueblo? ¡Ni hablar! Por décadas nos han aterrorizado con sus bombas, masacres y secuestros. ¿En contra de la oligarquía? Sería una hipocresía. Los cabecillas tienen a sus hijos viviendo y educándose en el exterior, mientras que sus tropas comen mierda en el monte.
Esta guerrilla ha luchado durante los últimos 30 años por el negocio del narcotráfico, la minería ilegal y apropiarse de esas zonas llamadas por el gobierno centralista de Rafael Núñez como "territorios nacionales". Pero políticas como el Plan Colombia, las fumigaciones con herbicidas, la ofensiva militar, los golpes al ego (Operación Jaque, fuga de secuestrados y cabecillas abatidos), y la mala reputación que se ganaron en los últimos años, los llevó a replantear su situación.
Eso, a grandes rasgos, sería el contexto de lo que llevó a las Farc a negociar con el gobierno de Juan Manuel Santos en La Habana (Cuba). Pero no lo hicieron con la intención de querer la paz. Todo indica que lo hicieron para cambiar su modelo de negocio, pasar de ser narcotraficantes a ser algo igual o más vil: congresista colombiano.
Véalo de este modo: el negocio de la droga, aunque deja grandes ganancias, es muy riesgoso. Además de luchar contra el Ejército y la Policía (o intentar sobornarlos), hay que buscar insumos químicos, proteger cultivos, guerreársela con las Bacrim, rezar para que no se caigan los cargamentos... Para colmo de males, el billete se queda en los carteles mexicanos y centroamericanos, por lo que el porcentaje que le corresponde a la guerrilla (que cuidan las plantaciones y las cocinas de producción de pasta de coca) termina siendo una chichigüa.
En cambio, meterse a congresista es un negociazo. Se trabaja poco, se gana mucho y, además, hay mucha plata que se reparte según sus decisiones y caprichos. Por ejemplo, el proceso del postconflicto le costaría a Colombia unos $90 billones, según dijo Roy Barreras, copresidente de la Comisión de Paz y oportunista al que hay que tenerle miedo.
No más en la primera etapa se invertirán $9 billones que se repartirán entre los amigos de la paz. O sea, Barreras y otros lagartos que montarán fundaciones, organizaciones no gubernamentales, se inventarán proyectos y obras con el fin de echarle un zarpazo a este botín. Y las Farc, siendo parte activa de este proceso, también tendrán su tajada, "todo bajo un estricto marco legal", como dicen los juristas.
Ya tuvieron la oportunidad de saber lo que es ser político colombiano. Esta semana los miembros de la guerrilla que negocian la paz en Cuba, llegaron en avión privado desde la isla a Colombia; luego volaron en helicóptero a la Guajira y de allí una caravana escoltada por sus hombres los llevó por una carretera protegida por el Ejército hasta ese pueblito antes desconocido para muchos, llamado El Conejo. Allí mataron reses para asados y sancocho, les armaron tarima para que dieran cátedra sobre el proceso de paz, se pasearon con fusiles por parques y colegios, y finalmente, con la bendición del presidente Santos, regresaron a La Habana donde están a cuerpo de rey.
No pusieron un peso para ese viaje. Todo salió de nuestro bolsillo o de su "capacidad de persuasión". ¿Qué campesino le dice "no" a un guerrillero que, metralleta en mano, le pide un novillo para ser sacrificado y alimentar las tropas? Mientras tanto, a algunos kilómetros de allí, las noticias reportaban más niños wayúu muertos de hambre y sed.
Todo lo que rodea este proceso de paz arrancó chueco. Se negoció en un inicio a escondidas de los colombianos, sus acuerdos se mantienen en secreto, la gente está confundida con lo que allí sucede, y desconciertan las licencias que el gobierno les da a estos personajes que hasta hace poco eran de los peores terroristas que había en el mundo.
Además, con tal de cumplir fechas sacadas quién sabe de dónde, Santos apura para que se firme una negociación que terminará pegada con babas. Para construir la paz debe haber transparencia y eso no lo hay. Ahí está el jefe negociador, Humberto de la Calle Lombana, que dice una cosa y la guerrilla hace otra.
Por lo que a mí respecta, en Cuba están firmando el gran negocio de cómo seguir esquilamando a los colombianos, y a la paz le están haciendo conejo.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015