Alejandro Samper


Desde que cancelé la televisión por cable, veo más televisión que antes. Me explico. Hace seis meses en la casa decidimos cancelar el servicio que teníamos porque la programación ofrecida era basura en alta definición.
Estaba pagando un costosísimo plan de más de un centenar de canales, algunos en Full HD, y al encender el televisor me la pasaba canaleando en busca de algo bueno para ver. Mi paciencia se agotaba por allá en el canal 40 o 42 y terminaba en un programa donde unos tipos de una prendería en Las Vegas tratan de enseñar historia a partir de los chécheres que les llevaban apostadores desesperados por obtener algo de dinero para irse de regreso a los casinos.
En realidad lo veía todo y no veía nada. Siempre me preguntaba por qué estaba pagando por Ewtn o un canal de novelas mexicanas que no me interesaban para nada. El 90% de los canales no tienen contenido interesante y el resto ofrecen programación que no puedo ver porque o estoy en el trabajo o es muy tarde y me quedo dormido.
Que hay que tenerlo para ver la Liga de Campeones... los partidos son entre semana y por la tarde, entonces los veo en el periódico. Que para ver el rentado colombiano de fútbol y los partidos del Once Caldas... ¿En serio? Que me pierdo de los noticieros nacionales... Soy editor de Q'HUBO, me sobra y basta el sensacionalismo. Que me pierdo películas y series de televisión... Cuántas veces se puede ver Harry Potter antes de querer mandar al demonio a ese mago, y a toda hora son Los Simpson, las Kardashians u otras series que, ¡bah!, no vale la pena gastarles tinta.
No hay nada novedoso en el cable.
Sin embargo, en estos seis meses he visto mucha y muy buena televisión de calidad gracias a plataformas como Netflix, Crakled, YouTube y otras. Claro, allí también hay mucha basura, pero al menos si veo alguna porquería es porque yo la elegí.
Black mirror, House of cards, Sherlock, Last week tonight, Better call Saul, The late show with Stephen Colbert, Daredevil y las otras de Marvel... están entre mi lista. Para algunos serán una mierda, pero no tanto como los monólogos ultragodocamanduleros de José Galat en Televida.
Confieso que cuando nos desconectamos del cable creí que me iba a dar síndrome de abstinencia. Crecí con un televisor como niñera y con la programación nacional como compañía. No tenerla me daría duro, pero no pasó. No me hace falta, pues entendí que lo que la televisión me vendía era la falsa promesa de que me estaba perdiendo algo, cuando es todo lo contrario. Perdía mi tiempo y vida al frente a la pantalla con contenidos que me aburrían. Y, lo peor, pagando por ello.
Ahora tengo más tiempo para estar con mi familia y cuando enciendo el televisor veo lo que quiero, cuando quiero. Y cuando no hay nada interesante, no me quedo cambiando de canales a la espera de que algo me enganche el ojo - sea una jugada en un partido en Ucrania, un robo en un barrio al sur de Bogotá o la Kardashian exhibiéndose por enésima vez -. Hoy, apago y leo. O duermo, que es más sano.
Feliz Navidad y regálese este año una desconectada del televisor.
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