Escuchar al expresidente Álvaro Uribe invitar a los colombianos a unirse a la resistencia civil que él plantea es un mal chiste. Desde los Estados Unidos, donde se reúne con algunos amigos que evaden la justicia colombiana, se muestra indignado y en contra de los acuerdos a los que el Gobierno Nacional y las Farc están llegando para poner fin a más de 50 años de conflicto interno.
En su demagogia, el hoy senador y líder del Centro Democrático, dice que en la mesa de negociación que se tiene en La Habana (Cuba) se acordó "con el grupo terrorista Farc, cambiar la Constitución de la Patria, dándole un golpe de Estado a la democracia para garantizarle total impunidad al cartel de cocaína más grande del mundo. Resistencia civil pacífica, pública, argumentada, persistente para hacer el esfuerzo de evitar este golpe de Estado a la democracia, o seguir trabajando para posteriormente derogarlo” (http://bit.ly/1rJwEIo).
En las entrevistas radiales lo dice en ese tono pausado, como de campesino paisa cansado, para despertar simpatía. Sin embargo, segundos después alza la voz, se pone marcial e invita a "las juventudes del Centro Democrático" a manifestarse. Y entra un frío por el espinazo porque hace recordar a cierto líder con su Grossdeutsche Jugendbewegung.
En este tema, de la desobediencia o resistencia civil, Uribe debería quedarse calladito. Se indigna porque van a "cambiar la Constitución de la Patria", cuando él hizo lo mismo para hacerse reelegir. Y se queja de que el presidente Santos reparte "mermelada" para ganar apoyo entre los congresistas, con el fin de sacar adelante este proceso, sabiendo que él engrasó su máquina de maneras similares y descaradas. Cómo olvidar la famosa frase que lanzó el 29 de noviembre de 2006 durante el Congreso cafetero: "Les voy a pedir a todos los congresistas que nos han apoyado, que mientras no estén en la cárcel, a votar las transferencias, a votar la capitalización de Ecopetrol, a votar la reforma tributaria" (http://bit.ly/1YqhZwf). ¿Acaso eso no es burlarse de la democracia?
Además, como presidente fue duro con cualquier acto de resistencia civil. Las marchas indígenas, campesinas o de sindicalistas fueron fuertemente reprimidas. Todavía hacen eco cómo la Fuerza Pública golpeó a los sindicalistas de la Unión Sindical Obrera, cuando en 2003 bloquearon la entrada a la refinería de Barrancabermeja para protestar por la concesión de los pozos de Chuchupa (Guajira) a la multinacional petrolera Texas Chevron. O en 2008, cuando la Policía y el Ejército reprimieron a tiros la minga que se oponía a la firma del TLC y que marchaba por la Panamericana (a la altura de Villarica, Tolima) para reclamar la restitución de sus tierras. Dos indígenas paeces murieron en los hechos.
Súmele que descalificaba a todo el que se opusiera a él. Toda marcha en su contra estaba infiltrada por la guerrilla, todo político opositor era un "guerrillero de corbata". Sus corruptos y asesinos amigos de gabinete eran "unos buenos muchachos".
Álvaro Uribe no es Gandhi o Martin Luther King, ejemplos globales de la resistencia pacífica. Equipararlo con las Madres de la Plaza de Mayo de Argentina sería un insulto a ellas, y a las mamás que perdieron a sus hijos en los falsos positivos fomentados durante su gobierno. Tampoco es Wang Weilin, el joven que en 1989 se paró frente a un tanque de guerra en la Gran Avenida de la Paz Eterna, cerca a la plaza de Tiananmen en Pekín (China). Aunque en estos momentos habrá quien quisiera que lo fuera y que la máquina le pasara por encima. Pero mejor no, eso sería convertir a Uribe en mártir y potenciar el uribismo a religión (que por ahora está en secta).
Lo mejor y más sano es apagarle el megáfono. Dejar de darle tanta exposición mediática a sus palabras. Su posición ante los diálogos de paz no es irreverente, es la de un político caprichoso que ve cómo pierde poder. El país no pierde jugándosela por la paz, y todavía falta para que los colombianos nos enteremos bien y en definitiva lo que allí se negocia. Pero sí pierde mucho haciéndole caso a un ególatra que les pide a sus seguidores creer en su palabra con fe ciega.
Como dijo Henry David Thoreau, autor del ensayo La desobediencia civil y pionero de este movimiento: "¿Debe el ciudadano renunciar a su consciencia, siquiera por un momento o en el menor grado a favor del legislador? ¿Entonces por qué posee conciencia el hombre? Pienso que debemos primero ser hombres y luego súbditos".
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