Pablo Mejía


Hay que trabajarle mucho a la socialización del proceso de paz que se adelanta en La Habana. Porque el común de la gente piensa que basta con que ambos grupos negociadores lleguen a un acuerdo, que el pueblo colombiano avale lo pactado y listo, asunto arreglado. Ojalá fuera así de fácil. Sin duda nos falta profundizar un poco sobre el tema de negociaciones de paz en los diferentes continentes y en distintas épocas, para enterarnos al menos de que dichos procesos requieren tiempo y paciencia.
Me da golpe ver a tantos renegar porque este asunto se ha demorado una eternidad, lo que permite suponer que no tienen ni idea de que el posconflicto puede durar, según los cálculos más optimistas, diez años. Y durante ese período habrá que lidiar con los atentados a quienes participaron en los diálogos, la reinserción de quienes militaron en la insurgencia, con el malestar de esa inmensa mayoría que se siente 'pordebajiada' porque trabajó honestamente mientras los otros delinquían.
Si no tenemos claro eso de 'tragar sapos' nunca podremos aceptar la negociación de paz. Son muchas cosas las que van a chocarnos, injusticias que no querremos admitir, situaciones absurdas y arrevesadas, arreglos que nos parecerán injustos. Pero no podemos olvidar que a ellos les pasará lo mismo, que deberán desmovilizarse y entregar unas armas que les han dado poder durante más de cincuenta años; y si están sentados en la mesa de diálogo es porque tienen capacidad de hacer daño. Y esto no es que a uno le guste o no le guste, es una realidad que no puede desconocerse.
La coyuntura social que vivimos tiene tanto de ancho como de largo, por lo que deben bajarse de la nube quienes piensan que basta con llegar a un acuerdo con los grupos guerrilleros y demás facinerosos que delinquen en el territorio nacional, para que en este país se pueda volver a pescar de noche. Son muchos los escollos que quedan por superar y para mencionar un solo ejemplo, meterle el diente al problema del narcotráfico, que con los ríos de dinero que genera alimenta la corrupción en todos los estamentos de la sociedad.
Al mismo tiempo hay que trabajarle al asunto de la inequidad, el que debemos enfrentar todos los ciudadanos con responsabilidad y realismo. Una sociedad donde unos pocos atiborran los centros comerciales, y gastan plata a raudales, mientras la mayoría de ciudadanos saltan matones en barrios populares dominados por mafias de viciosos y vividores, necesita un cambio urgente. Ese viraje debe empezar por la dirigencia, la cual pone cara de preocupación, propone soluciones, legisla y manotea, pero no hace nada. Y algunos periodistas pretenden vendernos la idea que los únicos niños que se mueren de hambre en Colombia son los de la etnia Wayuu, de La Guajira; como si no hubiera infantes desnutridos en todos los rincones de la geografía nacional: en los cinturones de miseria de las grandes ciudades, en las demás etnias indígenas, en la costa del Pacífico...
Cuando alguien me pregunta cómo puede aportar al mejoramiento del país, lo invito a que se comprometa consigo mismo a ser un buen ciudadano, honesto, recto, cumplidor del deber. Que le venda la idea a familiares y amigos, porque esa suma de personas comprometidas es la que transforma una sociedad; la conciencia no puede engañarse y ella sabrá juzgarnos. Mientras tanto, pasarán generaciones antes de que el país conozca una sociedad justa y ecuánime donde todos vivan en paz y armonía. De manera que aquí, y durante mucho tiempo, lo único que podrá pescarse de noche es una 'plomonía'.
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