Cristóbal Trujillo Ramírez


Cuando uno hace un paralelo entre la escuela de hoy y la de hace dos décadas, además de otras diferencias, se encuentra con una muy particular que está relacionada con la función de los rectores o directores escolares. En el pasado, su gestión principal giraba en torno al liderazgo pedagógico, porque era de hecho una autoridad en pedagogía y un asesor inmediato que en materia de didáctica, currículo, evaluación y estrategias tenían los maestros a su alcance. Sus funciones centrales buscaban mejorar los aprendizajes de los estudiantes mediante el fortalecimiento del desempeño docente, y a ello dedicaba gran parte de su tiempo. Acompañaba las clases, realizaba talleres con docentes, clases demostrativas y asesorías pedagógicas individualizadas; atendía casos particulares de aprendizaje, intervenía los procesos de evaluación, lideraba actos culturales, charlas de formación y de motivación a los estudiantes; llevaba a cabo talleres con padres de familia, direccionaba proyectos pedagógicos institucionales, entre otras muchas actividades de naturaleza formativa. Podemos observar con claridad que el ejercicio de sus funciones gravitaba esencialmente en entorno a los aspectos pedagógicos. Claro está, existían algunas funciones administrativas que demandaban algún mínimo de tiempo y esfuerzo, básicamente relacionadas con informes estadísticos anuales.
Hoy día el rol de este actor escolar cambió radicalmente. Muy poco de pedagogía y mucho de administración y burocracia. Para ilustrar un poco, veamos las funciones principales de un rector hoy, que demandan casi la totalidad de su tiempo laboral: administración de planta física, gerencia del fondo de servicios educativos, mantenimiento permanente de no menos de cinco sistemas de información en línea, atención a un sinnúmero de requerimientos legales, atención indelegable a un número indefinido de reuniones citadas por cualquier cantidad de instituciones del Estado, atención permanente y oportuna a la ciudadanía para presentación de todo tipo de proyectos, inclusive muchos de ellos ajenos al interés institucional, y adicionalmente, cumplimiento de labores de cancillería, porque es invitado obligatoriamente a representar la institución en múltiples escenarios cívicos, culturales y sociales. Se puede evidenciar que desapareció del escenario de la escuela el líder pedagógico, el erudito en didáctica, el ilustrado maestro, el asesor de vocaciones; hoy estamos ante un burócrata que contra viento y marea lucha por cumplir los requerimientos legales de sus funciones y evitar ser reportado ante los organismos de control, porque la tenaza se ha convertido en latente amenaza.
Hace solo tres semanas, quinientos directivos docentes de todas las regiones del país tuvimos la gran oportunidad de compartir en el XVII Encuentro Nacional de la Docencia Directiva de Colombia, acompañados por el reconocido pedagogo Miguel Ángel Santos Guerra, de la Universidad de Málaga, quien a propósito del tema que hoy nos ocupa, decía acertadamente: “Los directores dedican hoy día su gran mayoría de tiempo a las tareas pedagógicamente pobres. Solo una parte mínima de su tiempo es empleado en tareas pedagógicamente ricas. En tanto esto no cambie, la escuela seguirá siendo pobre. Si queréis construir escuelas ricas, tendréis que dedicaros a las tareas pedagógicamente ricas”. En su brillante reflexión explicó la diferencia entre las unas y las otras, y precisamente defendía la idea de que las tareas pedagógicamente pobres están asociadas a la estadística, la burocracia, las finanzas, los insumos y el mantenimiento, mientras argumentaba que las tareas pedagógicamente ricas implican pensar el currículo, los aprendizajes, la didáctica, la evaluación, las estrategias pedagógicas, los proyectos innovadores, entre otros de análoga naturaleza.
Considero que no podíamos estar mejor sintonizados, porque ahí se encuentra una buena parte del problema. Ojalá el Ministerio de Educación Nacional (MEN), que también participó en esta cita académica, preste atención a esta situación crítica de los directivos docentes y diseñe estrategias para potenciar en las instituciones educativas la función pedagógica como función sustancial de la escuela.
P.D.: Algunas reformas innovadoras en esta materia alcanzó a esbozar el MEN en este evento. Ojalá se materialicen para buen provecho de las escuelas de Colombia.
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