Cristóbal Trujillo Ramírez


Quiero ofrecer esta reflexión a padres y maestros, quienes en últimas somos los que tenemos que asumir en este país la delicada tarea de acompañar los aprendizajes y asistir con afán, esmero y dedicación la formación de nuestros hijos y estudiantes. Estoy seguro de que todos los padres deseamos lo mejor para nuestros hijos, todos queremos que ellos sean exitosos, triunfadores y absolutamente felices. La diferencia está en las estrategias. Hay padres que consumen sus vidas tratando de aprovisionar la maleta de sus hijos para que no les falte nada cuando ellos no estén, y por eso atesoran fortunas, hacen de sus hijos unos doctores y hasta se comprometen con sus conveniencias sentimentales, es decir, se ocupan con interés de preparar y allanarles el camino para la vida. Otros, en cambio, cuidan celosamente sus actuaciones, para con el ejemplo ser sus más influyentes maestros, les proveen una buena educación, los acompañan de manera recurrente, con normalidad dialogan con ellos sobre los asuntos fundamentales de la agenda vital y, en consecuencia, los preparan para el difícil camino de la vida.
Surge entonces un importante asunto: ¿prepararles el camino para vida? O ¿prepararlos para el camino de la vida? Lo primero implica dejarles una maleta abastecida con suficiencia, suministrarles las coordenadas del viaje y señalar con precisión no solo el destino, sino también las diferentes paradas del itinerario. Lo segundo es proveer el equipaje del intelecto, del espíritu, del cuerpo y del alma; es afinar principios y valores; es templar rasgos de personalidad; es, en últimas, generar las condiciones para que ellos mismos determinen el viaje, los trayectos, las coordenadas y, por supuesto, su destino. Debo manifestar que me identifico con la segunda posibilidad, no solamente porque es más digna desde el punto de vista humano, sino además porque la primera opción es altamente incierta, pues se trata de predeterminar un camino sin conocer cuál será el viaje, y muy seguramente, con estas velocidades del tiempo, cuando tengamos los tiquetes apartados, la vida nos habrá cambiado la ruta.
Debo hacer una precisión en relación con la preparación de nuestros hijos para la vida, y es el compromiso ético de que solo ellos son los navegantes en el mar abierto de sus vidas. Es un imperativo moral el que los padres guardemos un profundo respeto por la condición humana, y no se nos debe olvidar que grandes personajes de la historia de la humanidad como Hitler, Mussolini, Franco y Pinochet, por ejemplo, han liderado con profunda convicción misiones que han resultado perversas para la humanidad.
Lo mejor, entonces, es dedicar todos nuestros esfuerzos para hacer vida ese sabio pensamiento de Hodding Carter, periodista y autor estadounidense, que dice: “Solo dos legados duraderos podemos dejar a nuestros hijos: uno, raíces; otro, alas”. Si les legamos raíces, nunca olvidarán los valores, los principios y todas aquellas grandes lecciones que con planas de escuela han escrito en el cuaderno de su vida; si legamos alas, les abriremos un mundo infinito de posibilidades, fantasías, sueños, esperanzas, ideales, atrevidos proyectos y, quizás, la conquista de un mundo de felicidad. Así mismo, debemos formarlos en la responsabilidad y la exigencia, atributos que no se ponen a prueba solo en la orfandad, porque como sabiamente reza el inmortal pensamiento de la periodista americana Abigail Van Buren: “Si usted quiere que sus hijos tengan los pies sobre la tierra, cuélgueles alguna responsabilidad sobre sus hombros”.
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