Cristóbal Trujillo Ramírez


Una de las grandes dificultades por las cuales atraviesa nuestra sociedad hoy tiene que ver con la crianza y la formación de los hijos. En muchas ocasiones la ausencia de los padres o, en otras, una presencia estéril, permisiva y complaciente ha llevado a los hijos a definir sus propios rumbos y a timonear el barco de sus vidas en un mar abierto, lleno de riesgos e incertidumbres, con el agravante de una falta de orientación, sin guía alguna, y solos con la brújula de los acechos sociales.
Quisiera recurrir a un fragmento de la escritora española Rosa Montero, quien es su magistral novela La carne narra una impresionante historia que ilustra muy bien la reflexión que hoy deseo compartir. Dice: “Recordaba ahora Soledad aquella historia que le contaron años atrás de un niño de Perú que tenía una boa como mascota. El chico había incubado el huevo él mismo, había visto salir a la serpiente de entre las cáscaras y le tenía un comprensible aprecio. El joven reptil dormía con el niño en la cama, aprovechando su calor. Pero, curiosamente, todas las noches antes de enroscarse, la boa se estiraba todo lo larga que era y permanecía muy quieta y muy rígida durante unos segundos junto al pequeño. Nadie sabía por qué hacía eso, hasta que un día acertó a pasar por allí un zoólogo. “La boa te está midiendo -le dijo al niño-. Cuando sea más grande que tú, te comerá”.
Pareciera que esta historia es -como lo sugiere Miguel Ángel Santos- un retrato de los “hijos caprichosos, malcriados, consentidos”, que acaban por devorarse a quien los crió, los formó, los alimentó y les prodigó techo y calor. Es la triste realidad de muchos padres que acuden a la escuela o a las instituciones del Estado a pedir protección frente a la agresividad y la amenaza permanente de sus hijos, niños que con escasos diez o doce años imponen su voluntad y someten a sus padres al miedo, la angustia y la incertidumbre. Posiblemente nunca sintieron frío, a lo mejor jamás conocieron el esfuerzo, y quizás sean niños que no tuvieron una ducha de agua fría, a pesar de la pobreza y la escasez.
Quisiera permitirme citar otra referencia, esta vez del psicólogo español Javier Urra, quien en su libro El pequeño dictador. Cuando los padres son las víctimas del niño consentido al adolescente agresivo plantea una tesis bastante preocupante: “Creo que los padres y madres que dejan a sus hijos a su completo albedrío, que los sobreprotegen, los defienden de sus tropelías y desvergüenzas, están alimentado a una boa que acabará devorándolos. En primer lugar a ellos, porque son quienes están más cerca, con quien tienen más contacto, con quien conviven cada día”.
Las dos citas anteriores ilustran adecuadamente los riesgos que como padres corremos por acción o por omisión en la educación de nuestros hijos, pues por amor caemos en exageradas complacencias, nocivas permisividades, mínimas exigencias y nulos esfuerzos. Como padres creemos, equivocadamente, que decir “no” es traumatizante y que decir “sí” es sinónimo y expresión de amor. Olvidamos el sabio consejo de María Jesús Álava en su libro El NO también ayuda a crecer: “Es importante que, desde el principio, los acostumbremos a no darles todo aquello que nos piden, aunque económicamente no nos suponga problema. Los niños deben valorar las cosas, aprender a esperar, a soñar, a desear lo que quieren, a esforzarse por conseguir lo que anhelan y… a no frustrarse cuando no lo pueden obtener. De otro modo empiezan por no darle valor a las personas”.
Mi invitación es a que no alimentemos más a la boa, pongamos límites, aumentemos la exigencia, provoquemos esfuerzos, asignemos responsabilidades, implementemos sanciones, exijamos cuentas, castiguemos el irrespeto, controlemos el tiempo y revisemos las tareas. ¡Ah, eso sí, con amor! Las faltas de nuestros hijos pueden provocar desgano, desaliento y frustración, nunca odios y rencores. La corrección tiene que darse con determinación, pero con afecto, pues ellos tienen que tener la firme convicción de que los corregimos porque los amamos. Cualquier sentimiento puede quedar en entredicho, excepto el amor, solo con este ingrediente el castigo es formativo y saludable.
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