Cristóbal Trujillo Ramírez


Históricamente, por lo menos en Colombia, la educación ha tenido una característica muy notoria y que en ocasiones ha generado en las escuelas una amplia gama de diseños y procedimientos no muy pertinentes; me refiero al hecho de que la escuela se piense desde la lógica, las perspectivas y los intereses del docente.
Expresado de una manera más puntual, es que la escuela se ha movilizado teniendo como eje al maestro. A los estudiantes les preparamos un currículo pensado y diseñado desde los maestros, como lo dice magistralmente el profesor Francisco Cajiao: "Es como si un médico le recetara a un paciente sin saber cuál es su sintomatología o su cuadro diagnóstico". La premisa no es qué necesitan saber los niños, y con base en ello qué profesores necesitamos para satisfacer esas necesidades, nos movemos más bien en la ilógica de ofertar a los estudiantes un combo construido a partir de los saberes, habilidades y competencias de los profes.
Así por ejemplo, en una escuela donde hay profesores profesionales en comunicación, se oferta una formación académica con énfasis en esa disciplina; ¿será que esa es la prioridad de los estudiantes?, ¿será que ese énfasis responde a las necesidades más apremiantes de los estudiantes? son algunos interrogantes que no hacen parte del análisis. Esto ha ocurrido sencillamente porque la tradición ha colocado al maestro como el centro de la escuela, el actor más importante ha sido el docente, la posición respetada y acatada ha sido la de los profes.
El docente tiene la última palabra, pero no solo la escuela ha gravitado en torno a las expectativas de los docentes, igualmente sucede con los directivos, especialmente con los rectores, este estamento también ha hecho parte del núcleo de la escuela, sus imaginarios, sus hechuras, sus convicciones y en ocasiones hasta sus ideologías tatúan el menú que se le ofrece a los estudiantes, regularmente sin consultar sus apetencias.
Es necesario pensar la escuela de otra manera, el centro de la escuela es el estudiante, el núcleo de la misión pedagógica son los niños, sus intereses, sus pasiones, sus angustias, sus expectativas y sus sueños deben ser el nutriente principal del proyecto pedagógico. Una escuela pensada desde, con y para los niños, será una escuela más atractiva y más pertinente. Creo firmemente en aquel maestro, en aquel directivo que planifica su acción pedagógica mirando a sus alumnos a los ojos, develando su alma, sintiendo su aliento.
Tradicionalmente el estudiante tiene que acatar con premura los llamados de docentes y directivos, usualmente los profes deben acudir con afán ante un llamado del rector. Al niño no se le acata, al estudiante no se le atiende con prisa. Creo firmemente en la escuela en la cual tanto docentes como directivos afanosamente atienden los requerimientos de los estudiantes, creo en un maestro que desatiende el llamado del rector porque está demasiado ocupado atendiendo a sus estudiantes, así mismo creo en un rector que no manda a llamar a sus docentes para no interrumpirles su encuentro con los niños, sencillamente él va y en el escenario natural se encuentra con ambos.
El mundo actual de los niños está signado por la incertidumbre y la desesperanza. La crisis de la unidad familiar como núcleo esencial de la sociedad ha desencadenado todo tipo de afectaciones psicosociales en los jóvenes y niños de hoy. Para muchos niños y jóvenes la última esperanza de vida es la escuela, es por ello que allí tiene que encontrar el calor que combata el frío y la soledad. El día que la escuela y sus maestros prodiguen a sus estudiantes la misma desesperanza que les genera el mundo, habremos hipotecado la esencia emancipadora de la misión de educar.
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