¡PARA QUE TENGAN LA VIDA!

Hechos de los Apóstoles 2, 14. 22-33; Salmo 16 (15), 1-2+5.7-8.9-10.11;

1Pedro1,17-21; Lucas 24,13-35

Rubén Darío García Ramírez, Pbro.*

LA PATRIA | MANIZALES

¿A qué le tienes miedo? ¡Piensa por un momento! Repasa la historia de tu vida desde tu infancia: ¿Cuáles han sido tus miedos? Es posible que logres identificar algunos, pero seguramente, hay uno que emerge como cabeza de todos: A la muerte. Sí, ¡tú tienes miedo a morir! A lo mejor me digas: ¡no tanto a morir, sino a la manera! Porque te parece muy horrible morir en un terremoto, por ejemplo, o de una enfermedad penosa durante mucho tiempo, ya que no quisieras depender de otras personas o causar obstáculo a tus seres queridos, como lo has dicho o pensado algunas veces. O de un cáncer, o asfixiado (a), o ahogado (a)…

Pensar sobre tu muerte, es algo que no aparece en la agenda del día. Es una realidad que se aplaza siempre; más aún, no es tema de nuestras conversaciones. Sólo que hoy conviene abordar el tema, porque la Palabra de Dios te anuncia una maravillosa noticia, la cual, tiene el poder de cambiar tu existencia a partir de ahora; una noticia que debería cubrir todos los medios de comunicación posibles: ¡Ya no te mueres! Cristo ha resucitado y ha vencido la muerte! Exulta tu lengua, porque se te ha manifestado el sendero de la vida: por este acontecimiento, ya Dios no te entregará a la muerte ¡ni dejará que tu carne conozca la corrupción! Porque el día de tu bautismo, fuiste sumergido (a) en una nueva agua, aquella que salió del costado de Cristo en la Cruz, es el agua que te garantiza la participación en la Vida Eterna, es decir en la vida feliz. Desde “aquel día”, en el que fuiste presentado (a) en el templo y tu comunidad ha pedido a la Iglesia que se abriera para ti la fuente del bautismo, se te dio la fe, y por ella la Vida Eterna; es decir, el poder vivir, el poder amar para siempre, el ser capaz de cruzar una barrera que te impedía vivir plenamente, el poder romper las cadenas de todas tus esclavitudes, de tus vicios, de tus temores, de tus angustias… de tus miedos.

Toma en serio tu proceder en esta vida. Llegará un momento, no importa la causa, si por accidente o por enfermedad, en el cual pasarás a ser “difunto (a)”, esto es, dejará de funcionar tu cuerpo y esto es un hecho inevitable, ¡puede ser hoy, esta noche! Sólo que lo realmente importante, es más profundo. No es en últimas tu cuerpo, tu carne, sino ¡tu existencia! Tu actuar, tus acciones, tu ser. Tu miedo no es tanto porque llegues a ser un cadáver, tu miedo es porque cuando llegue este momento final te cuestionarás: ¿Fui verdaderamente feliz? Y descubres que lo que te hace feliz o infeliz es tu proceder. Si vives en el amor o en el odio, en el resentimiento, en la soberbia, en la avaricia, en la lujuria, en ira, en envidia, o en pereza. Esto sería expresión de una oscuridad, manifestada en el miedo a perder la seguridad. ¿Te da miedo la soledad? Buscas aferrarte a las personas y te esclavizas de sus afectos, te dejas manipular, muchas veces pierdes hasta tu identidad ¡porque tienes miedo a la muerte de la soledad! Y así puede pasar tu vida hasta que llegue el ataúd. O quizá, tienes miedo a “no tener dinero”, a no poder comer, a que no puedas sostener a tu familia, a que no puedas alcanzar tus metas de superación, tus títulos, tu salario ideal, colocado a tu medida! Y entras en la esclavitud del trabajo, nunca tienes tiempo para las personas que amas, porque… ¡Tienes que trabajar y producir!

¡Qué gran noticia! ¡Fuiste rescatado (a) a precio de sangre! La deuda adquirida por Adán ya fue cancelada por el Nuevo Adán: ¡Cristo! Era necesario que el Mesías padeciera la cruz ¡para que tú también entraras con Él en la vida! ¡Qué felicidad!: ¡Ya no te mueres si llegas a creer en Él!

* Miembro del Equipo de Formadores en el

Seminario Mayor de Manizales