Pbro. Rubén Darío García


Hoy la Palabra de Dios nos presenta una imagen muy significativa tomada del Antiguo Testamento: el canto de la viña del Señor. Ningún cultivo como la viña depende tanto del trabajo atento e ingenioso del ser humano y del ritmo de las estaciones. Más aún, cultivar los viñedos enseña al pueblo de Israel a laborear los frutos de la tierra, colocando todo su empeño en una tarea prometedora, pero también a esperarlo todo de la generosidad divina.
Como característica especial el viñedo encierra un misterio: su madera carece de valor y sus sarmientos estériles sólo son buenos para el fuego; pero si su fruto lleva alegría al corazón del hombre (Sal 104,15), hay también una vida cuyo fruto es el gozo de Dios.
La viña que echa brotes simboliza la esperanza de los esposos, que en la Sagrada Escritura (libro del Cantar de los Cantares) celebran el misterio del amor (Cant 6,11). El Dios de Israel, esposo y viñador, tiene su viña que es su pueblo. Pero éste, su pueblo, produjo frutos, no para Él, sino para otros dioses. Según Isaías, Dios ama a su viña; ha hecho todo por ella, se ha fijado en cuidarla con los más significativos detalles, pero en lugar del fruto de justicia que Él esperaba, le ha dado la agria vendimia de su sangre derramada. Para el profeta Jeremías, Israel es una planta escogida, que ha degenerado y se ha vuelto estéril (Jer 2,21), por tanto, será arrancada y pisoteada.
Lo que Israel no ha podido dar a Dios, Jesús se lo da. Él es la viña que produce el fruto que Dios esperaba, Él es el verdadero Israel. Él fue plantado por su Padre, rodeado de cuidados y podado, a fin de que llevara fruto abundante: “He venido para que tangan la vida en abundancia” (Juan 15, 1ss). Jesús da la vida en la cruz, derramando su sangre, prueba suprema del amor: “No hay mayor amor que dar la vida” y el vino, fruto de la viña, será en la Eucaristía el signo de la sangre derramada para sellar la Nueva Alianza.
Jesús es la viña y nosotros los sarmientos, como Él es el cuerpo y nosotros los miembros. La viña verdadera es Él, pero también su cuerpo que es la “Iglesia”. Tú y yo por el bautismo, somos miembros de su cuerpo, luego somos Iglesia-viña. Invitados a trabajar en ella, a diferentes momentos del día, para instaurar la nueva manera de amar como Él nos ha amado. Dios espera que des el fruto del amor al enemigo, no “agrazones”, esto es, el agrio fruto de la injusticia, de la corrupción, del vicio, del odio, de la mentira, del egoísmo y la soberbia: “Porque los que oprimen a los pobres, o son infieles a Dios, no beberán el vino de sus viñas” (Dt 28,30.39), es decir, no podrán experimentar la verdadera felicidad.
Dice el Señor: “Sin mí no pueden dar fruto”. Es por esto por lo que te invito a conocer a Jesús, para que puedas conocer al Padre Dios y descubrir cuánto se ha esmerado por cuidarte y bendecirte. ¿Qué frutos estás dando hoy? ¿Cómo estás amando? ¿En quién o en qué colocas tu confianza? ¿Cómo tratas a las personas que dices amar? ¿Cómo amas a tu esposa, a tu esposo, cómo va la fidelidad? ¿Cómo tratas a tus hijos? ¿Cómo tratas a tus padres? ¿Y a tus hermanos o hermanas? ¿Cómo va tu trabajo? ¿Cómo tratas a tus compañeros, a tus empleados, a tus jefes? Si te murieras esta noche… qué frutos presentarías al Padre: ¿uvas o agrazones?
Miembro del Equipo de Formadores en el
Seminario Mayor de Manizales
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