Pbro. Rubén Darío García


Daniel 12, 1-3; Salmo 16; Hebreos 10, 11-14.18; Marcos 13, 24-32
Ya nos acercamos al final del Año Litúrgico, el cual culminará con la celebración de Cristo Rey. Las lecturas de hoy nos preparan para este final del año. Tienen tono apocalíptico, es decir, de revelación. La lectura tomada del libro de Daniel, aunque muy breve, es muy importante para la historia de la revelación. Es la primera vez en todo el Apocalipsis que nos viene garantizada la resurrección de los muertos: “Muchos de los que descansan en el polvo de la tierra, se despertarán, unos para la vida eterna, otros para vergüenza y horror eternos”.
Cristo usa estas palabras refiriéndose a la muerte de su amigo Lázaro y tendrá que explicarlo a sus Apóstoles. Es el sueño de la muerte, porque la muerte, para aquel que cree, es el dormir para un glorioso despertar en Dios.
¡La muerte ya ha sido vencida! ¡Esta es la verdad! Cuando escuchamos la Palabra de Dios, se gesta en nosotros Jesucristo mismo, de tal manera que, por la escucha periódica llegamos a creer en la Resurrección, hasta que se vuelve vida en nosotros lo que afirma San Pablo: “Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe”. Es la fe, la que hace que el hecho de morir tome sentido y que la tristeza y desolación por la separación, adquiera el gozo y la esperanza de la futura resurrección. Desde la Iglesia primitiva, los creyentes han visto la muerte no como una pérdida sino como una ganancia, no como el morir realmente sino el nacer verdaderamente.
De igual manera los primeros creyentes no colocaron sus difuntos en un lugar de nombre “necrópolis”, sino “cementerio”. El significado de “cementerio” es “dormitorio”, haciendo alusión al lugar donde se “duerme”, no donde se yace “muerto”.
La Palabra de este domingo “Día del Señor”, es totalmente esperanzadora. Es la oportunidad de tomar conciencia de lo que significa la pascua. Muchos de nuestros seres queridos han realizado ya su “pascua” y la Celebración Eucarística viene revestida de fiesta porque lo que realmente celebramos es la vida, no la muerte. Piensa en tus “difuntos”, es decir, quienes, por ciertas circunstancias han dejado de “funcionar”. En la Plegaria III oramos muy bellamente: “Allí Dios enjugará las lágrimas de nuestros ojos, porque al contemplarte como tú eres Dios nuestro seremos semejantes a ti”. No es la muerte, es la Vida.
Miembro del Equipo de Formadores en el Seminario Mayor de Manizales
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