Pbro. Rubén Darío García


Baruc 5,1-9; Salmo 125; Filipenses 1,4-6.8-11; Lucas 3, 1-6
Tu vida puede cambiar en cualquier momento. Un solo segundo y todo puede ser diferente. Un accidente, una enfermedad, hacen tornar la vida en un giro de 360 grados. El tono de esta Palabra te llena de esperanza porque nos hace ver que Dios actúa realmente en la vida de sus hijos: “Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar, la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares”. Esto significa que después de la intervención del Señor, el llanto se ha convertido en alegría. El tiempo de desierto ha terminado para entrar en la tierra que mana leche y miel, esto es el Reino de Dios.
Nada ocurre sin un propósito. Aquellas situaciones difíciles, tristes, exigentes, dolorosas han adquirido sentido después de la cruz de Cristo. El mensaje de Jesús no nace como una secta secreta o escondida: nace en el campo abierto de los hechos de la tierra.
De la misma manera tu vida toma su sentido cuando logras leer tu historia a la luz de la fe. Cuando, por tu crecimiento y madurez espiritual, descubres el “para qué” de todas las situaciones de tu vida. Tu llanto se transformará en alegría, tu boca se llenará de risas, tu lengua de cantares. Es como si los valles se elevaran, y los montes y las colinas descendieran.
Estas imágenes te hacen caer en cuenta que hemos llegado a un tiempo rico en misericordia. Los altos niveles del “yo” pueden hacerte romper las verdaderas relaciones libres que te hacen feliz. La soberbia del ser humano es fuente de divisiones y discordias; es la causa de la separación de los matrimonios, de las peleas entre hermanos, de las injusticias sociales, de la idolatría del dinero.
La codicia es la raíz de todos los males y por ella se entra en guerra, se asesina, se roba, se discrimina y se destruye. Juan el Bautista anuncia entonces la conversión de los pecados; prepara la llegada del Mesías.
Él será el príncipe de la paz porque derribará la soberbia naciendo pobre y pequeño en un pesebre, despojado de todo y, por lo mismo, enriqueciéndonos con su pobreza. Él es el “Emanuel”, Dios con nosotros. Dios mismo ha tomado carne para hacerse ver del ser humano y darle a conocer su misericordia y su amor.
Es por esto por lo que “una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; desciendan los montes y colinas”. Todo corazón engreído, altivo, autosuficiente, prepotente, es como una colina encumbrada, descienda esta colina para que pueda entrar el Señor. Así lo dijo Jesús a Zaqueo: “Baja, porque hoy debo entrar en tu casa”.
La Natividad de Jesús, es decir, este tiempo que se acerca de Navidad, es la preciosa oportunidad para desarmar nuestros corazones, entrar en el perdón, reconciliarnos, descender de “esa colina” que no nos deja acercarnos a pedir el perdón mismo. Es el momento oportuno para enderezar lo que esté torcido y para lograr que lo escabroso se iguale.
Preparemos la Navidad.
Que las luces encendidas en los hogares sean signo de la verdadera Luz que debe nacer en la noche de la Natividad. Que la natilla y los buñuelos, sean la oportunidad para cenar en familia y manifestar el amor que, por las prisas y desenfrenos de la vida cotidiana, olvidamos. Contemplar a Jesús en el pesebre, puede y debe suscitar deseos profundos de dejar romper la soberbia en nuestro ser, porque Dios “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”.
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