Pbro. Rubén Darío García


Cuando una persona que amas, sufre, en ti se despiertan sentimientos tan profundos que podría decirse vienen de las entrañas. También usamos una expresión: “es un amor entrañable”. Es lo que la Palabra de hoy destaca en la actitud del profeta Elías y del mismo Jesucristo.
El profeta Elías es hospedado por una viuda que tiene un hijo, quien proporciona la seguridad a su madre. Durante la estancia del Profeta el hijo cae enfermo. La madre, asustada, piensa que el desenlace de la enfermedad de su hijo se debe a sus culpas las cuales vendrán denunciadas por su huésped y a causa de ello le reclama: “¿Qué hay entre tú y yo, hombre de Dios? ¡Has venido a recordarme mis faltas y a causar la muerte de mi hijo! Es necesario tener presente que en el Antiguo Testamento Dios es concebido como un juez castigador que cobra venganza por las culpas de su pueblo. Dios siente dolor por la enfermedad de sus hijos y no quiere que ellos se mueran, sino que llegando al conocimiento de la verdad tengan la vida en abundancia y se salven. Esta es la revelación de Jesucristo, nos ha mostrado que Dios es papá y nos ama.
El profeta es el hombre de Dios; por lo tanto Elías, ante la angustia de la madre le dice: “Entrégame a tu hijo”. Esta Palabra tiene una fuerza impresionante escondida: a causa de la enfermedad de tu hijo, para que él no se muera, entrégaselo al Señor. Abandonarlo al Señor es tomar conciencia que con las propias fuerzas de la madre no podrá recuperarlo. Es así como la mujer pone en manos del Profeta a su hijo. El Profeta ora, clama la misericordia del Señor y cree que Él tiene poder para resucitarlo.
Una expresión maravillosa nos ayuda a comprender el mensaje potente de estos pasajes bíblicos: “El Señor escuchó el grito de Elías y el alma del niño volvió a su cuerpo y el niño volvió a la vida”. Es tan misericordioso Dios que escucha el clamor de su pueblo y lo libera de sus angustias; le devuelve la vida por el poder de la oración. Así es Dios, su rostro es el del Padre que está atento al sufrimiento de sus hijos. Es por esto por lo que en el Evangelio se dice hoy: “Jesús sintió compasión del hijo de la viuda que ha muerto”. Y, acercándose al ataúd lo tocó y dijo: ¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!
Te invito a pensar en este momento en tu “hijo enfermo”. Podría ser la realidad de tu propia enfermedad. Me refiero a esa situación que en tu vida causa sufrimiento; aquella que no puedes controlar con tus propias fuerzas. ¡Entrégale tu matrimonio al Señor! Pon en las manos de Él la situación. Jesucristo tiene poder para resucitar lo que está muerto porque Él ha vencido la muerte. ¡Ánimo, contigo hablo, levántate!
Delegado Arquidiocesano para la Pastoral Vocacional y Movimientos Apostólicos
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