Pbro. Rubén Darío García


Jonás 3, 1-5.10; Salmo 24; 1 Corintios 7,29-31; Marcos 1,14-20
¿Has escuchado hablar de Jonás? A lo mejor, inmediatamente relacionas al profeta con la ballena que le ha tragado en el mar y luego lo ha arrojado en Nínive. Esta ciudad era la capital del gran imperio asirio que destruiría al pueblo de Israel en el año 721 a. C. Modernas excavaciones han demostrado que el perímetro de las murallas de Nínive era de unos 12 km; sin duda, una gran ciudad para aquel entonces.
Nínive representa para los israelitas la opresión y la crueldad mortíferas. A esta ciudad, de lengua desconocida, prototipo de los enemigos de Israel, es enviado –paradó-jicamente— un profeta hebreo —Jonás—, para que toda la ciudad se convierta. El mensaje de fondo está en que ‘tres días’ eran necesarios para recorrer la ciudad anunciando lo que Dios le pedía al profeta: “Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada”. Pero, bastó un solo día de predicación y ‘todos los habitantes de la gran ciudad, comenzando por el rey, se convirtieron’: “Los ninivitas creyeron en Dios, proclamaron un ayuno, y se vistieron de saco, grandes y pequeños”. Al ver Dios sus obras, su conversión de la mala vida, se compadeció y se arrepintió de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó.
Hemos vivido un tiempo muy bello de la Navidad, en el cual anunciamos que Jesús nos ha sido enviado por Dios Padre, para rescatarnos de la ‘muerte’ y del sufrimiento que ésta produce en nuestra vida. Ha venido para liberarnos de todas nuestras esclavitudes y enfermedades, las cuales, impiden que podamos vivir la vida en verdadera felicidad. Sin embargo, estos últimos días han sido marcados por la violencia. Desde París hasta las más escondidas regiones de Colombia se siente el clamor por la paz. Amenazas terroristas, paros, manifestaciones de inconformidad, robos, crisis en sistemas económicos y de salud, familias descompuestas, aumento de problemas psicológicos y depresión, angustia y desolación. Por un lado, aumenta la esperanza de buenos frutos en los diálogos de paz y, por otro lado, crecen los sentimientos de venganzas afectivas, daños de rostros femeninos con ácido, suicidio, abortos y pérdida del sentido de vivir.
Jesús entra ahora con su Palabra en ‘esta nueva Nínive de hoy’: “se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: conviértanse y crean en el Evangelio”. Conversión es el continuo volver a Dios; es el caminar hacia…, es buscar permanentemente cómo construir el ideal que brilla dentro de nosotros mismos: aquella ley de amor ya inscrita naturalmente y por el Bautismo al interior de todo nuestro ser. El Reino de Dios es “Dios mismo obrando en la persona”. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu que se nos ha dado” (Rm 5,5). ¿Por qué tenemos un corazón tan duro? Si a Nínive bastó un día de predicación para convertirse, ¿por qué a nosotros nos cuesta llegar a creer?
La paz sí es posible si nuestros corazones se desarman. El único que puede dar la paz es Jesucristo: “La paz les dejo, mi paz les doy”. El camino es el morir a nosotros mismos, al yo, a nuestra soberbia. Mirar al Crucificado y responder a su llamada: “sígueme”, es el germen de la solución a nuestros problemas reales. El camino es la “no violencia”; es ‘dejarme matar’ y responder con el amor extremo: “Perdónales porque no saben lo que hacen”. No pagar con la misma moneda; poner la otra mejilla y no juzgar: “No hagas al otro lo que no quieras que te hagan a ti”.
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