Pbro. Rubén Darío García


Es un poco difícil ver el bien detrás de lo que aparece como un mal; ver la bendición en lo que normalmente sería ausencia de ella. Sería mejor poder ver claramente el bien y poder rechazar sin tardanza el mal. Es por esto por lo que nos costaría dificultad comprender estas frases de la Palabra de Dios, hoy: “Lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres”.
Una enfermedad se presenta siempre como un mal, ya que sería la ausencia de la salud, la cual consideramos debe ser el bien. Mientras tenemos salud, todo es luz y alegría; pero viene la enfermedad y ese ‘todo’ se convierte en oscuridad y tristeza. Así en todas las cosas. Si todos hablan bien de ti experimentas tranquilidad; si, por el contrario, algunos comienzan a hablar mal y tocan tus férreas convicciones, la vida comienza a tornarse pálida y desabrida. Si a causa de la verdad sufres persecución, tu miedo a perder podría hacerte abandonar la verdad. En todo esto falta fuerza y sabiduría. Aquí es donde la Palabra te ilumina: si conocieras el verdadero sentido de la cruz, tendrías la “fuerza” y la verdadera “sabiduría para vivir”.
«Nosotros predicamos a Cristo crucificado», escándalo y necedad para quien todavía no llega a creer. En cambio, para aquel que por el bautismo y una larga instrucción en las verdades reveladas alcanza la fe, la cruz es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Esto significa que existe un proceso de ‘conocimiento’, por el cual se aprende el arte de vivir. Tu existencia hoy puede estar cegada, imbuida en la oscuridad del sin sentido, inmersa en una destructora rutina que produce amargura y cansancio. Estás ‘ahí’ como arrojado en el mundo, teniendo que vivir por obligación, ‘sin vivir’ plenamente. Por ejemplo, cuando tu hogar deja de serlo, para convertirse en un ‘permanecer obligado’ por lo hijos, sin alegría, sin pasión por el Amor; o te descubres lleno de ídolos, es decir, personas, animales o cosas, que acaparan tus afectos y te esclavizan, entonces te sientes aprisionado por unas cadenas, unas ataduras que vienen desde la infancia, a lo mejor desde el vientre de mamá.
Surge la luz en medio de esta pesada realidad. Necesitas una nueva creación, una destrucción de lo antiguo y una nueva construcción de la vida: “Destruyan este templo y en tres días lo levantaré”. Jesucristo es la Luz, con mayúscula, no una luz, es LA LUZ. Él es el nuevo templo, construido no con piedras, adobes o cemento. Su muerte y su resurrección han destruido la antigua condición de pecado, de muerte en la que tu vida ha estado encarcelada. Él es tu liberación, Él es quien hace posible que tu matrimonio resucite, que tu trabajo vuelva a la vida, que tu existencia adquiera el verdadero sentido. Su Cruz nos ha hecho ver la Luz. Detrás de ella, aparece la Vida con mayúscula; en lo que se presenta como sufrimiento, angustia y muerte, explota la victoria sobre la muerte y la posibilidad de vivir intensamente cargado de sentido y felicidad.
Recuerdo un hombre que ha llegado a la cárcel por ‘hacer torcidos’ buscando ganar más dinero. El sufrimiento de vivir entre rejas le ha hecho descubrir el valor de su esposa y de sus hijos. Me dijo algún día: ‘tuve que llegar a una cárcel para comenzar a vivir’. Es decir, detrás de estas rejas, se preparaba su resurrección y, cuando conoció a Jesucristo y lo aceptó en su vida, pudo decir: “estoy en la cárcel, pero soy libre”. Allí se encontró con la verdadera Libertad. Su fe dio la fuerza para enfrentar su sufrimiento al saber ‘para qué’ lo padecía y sabiduría al encontrar el verdadero sentido de su existencia: conoció el verdadero Amor. ¿Has encontrado el ‘para qué’ del sufrimiento que tienes en este momento?
Miembro del Equipo de Formadores en el
Seminario Mayor de Manizales
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