Pbro. Rubén Darío García


¿Qué tanto honras a tus padres? Te lo pregunto porque un alto porcentaje de población se acostumbra a tener ahí consigo a sus padres y en gran mayoría solo vienen a ser valorados cuando llega la enfermedad o la muerte. En tiempo normal cotidiano te das cuenta que importan mucho las personas “de fuera”, en general amigos que te absorben tu tiempo hasta el punto de hacer olvidar a quienes están dando la vida continuamente por ti: tus padres.
Padres, ¿han mirado bien a sus hijos? ¿Los conocen, porque la prisa en la que el mundo nos ha colocado en esta época cibernética ha desplazado las acciones simples y sencillas como el juego y el tiempo de compartir con ellos? ¿Has notado la cantidad de depresiones en los jóvenes a causa de una mala relación con sus padres? ¡Cuántas veces interesa más el dinero que la vida de los hijos! Mucho del fenómeno de la droga tiene que ver con relaciones familiares disfuncionales.
Prepotencia, irresponsabilidad, inestabilidad, manipulación de sentimientos, rebeldía con agresividad pasiva, y muchos otros fenómenos de carácter y personalidad vienen de aquella relación fracturada con sus hijos o con sus padres. Es por esto por lo que la Palabra de hoy ilumina, en el día de la Sagrada Familia, los hogares para que llegando la conversión pueda darse también un cambio de mentalidad —padres e hijos— buscando con ello defender la célula de la sociedad, el santuario de la vida, el núcleo fundamental de la existencia: la familia.
La familia es imagen de la Trinidad aquí en la tierra. Es por esto por lo que cuando la familia va mal, todo va de cabeza. El Amor que da la vida en su interior, es el mismo amor de Dios: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado”. Escucha atentamente cómo el libro del Eclesiástico da unas serias indicaciones: “El que honra a sus padre alcanza el perdón de sus pecados; el que respeta a su madre, amontona tesoros; el que respeta a su padre tendrá larga vida; de palabra y obra honra a tu padre, para que su bendición descienda sobre ti; porque la bendición del Padre asegura las casas de sus hijos y la maldición de la madre arranca de raíz sus cimientos.
Bien te dice el Señor Jesús. No maldigas, bendice siempre; ama a tu enemigo, haz el bien a quien te hace daño; ora por quien te persigue. Si se aplica esta Palabra en la vida cotidiana, experimentarás un hogar feliz y fuerte en medio de las adversidades de la vida.
Miembro del Equipo de Formadores en el Seminario Mayor de Manizales
Eclesiástico 3, 2-6. 12-14; Salmo 128; Colosenses 3, 12-21; Lucas 2, 41-52Miqueas 5, 1-4ª; Salmo 80; Hebreos 10, 5-10; Lucas 1, 39-45
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