Pbro. Rubén Darío García


LA PATRIA | MANIZALES
Hoy celebra la Iglesia la dedicación de la Basílica de Letrán, la cual fue obra del emperador Constantino y fue dedicada hacia el año 324. A partir del siglo XI, la dedicación de la Basílica se celebra el 9 de noviembre. Es la catedral del papa, es la Iglesia cabeza y madre de todas las Iglesias de la Urbe y del Orbe, a las que preside en la caridad.
Las citas bíblicas señaladas, contienen un mensaje común referente al templo. En la lectura del profeta Ezequiel se narra la imagen de un templo del cual mana agua. Todos los seres vivos que bullan allí donde desemboque la corriente tendrán vida y habrá peces en abundancia.
Habrá vida allí donde quiera que llegue la corriente. A la vera del río crecerán toda clase de frutos, sus hojas no se marchitarán y los frutos no se acabarán: “Darán cosecha nueva cada luna, porque los riegan aguas que manan del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales”. Como puede observarse, el agua produce la vida por donde pasa y vida rebosante. Esta vida es realizada en Jesucristo: “He venido para que tengan vida y ésta en abundancia” (Jn 10,10).
El Evangelio narra la presencia del Maestro en el templo sacando los mercaderes de allí, pues han convertido la casa de oración en un mercado: “Destruyan este templo y en tres días lo levantaré”. Aquí se entiende que Jesús es el nuevo templo, y su muerte y resurrección levantarán una nueva edificación, de la cual Él será el fundamento, la Roca. De él manará una nueva agua —podemos pensar en el agua que mana del costado de Cristo en la cruz—, por donde pase esta agua todo quedará saneado y lo que está descompuesto, en desorden, muerto, obtendrá purificación, orden y vida. Aquí el agua, toma el significado del bautismo. Por él, hemos recibido el regalo que nos da la felicidad: la fe. Y ésta, nos da la Vida Eterna, es decir, la vida feliz durante cada minuto de nuestra existencia.
Este nuevo templo, será el cuerpo de Cristo, es decir la Iglesia. La lectura de primera Corintios, dice que tú y yo somos “edificio de Dios”, cuyo cimiento es Jesucristo. Por tanto, tú y yo somos templo de Dios y el Espíritu Santo habita en nosotros. Mire cada uno ¿cómo construye? Esta pregunta es fundamental, ya que tu vida será esta construcción. ¿Será de arena, o será de roca? Si construyes sobre arena, viene el viento y tumba la casa, si construyes sobre la roca, Cristo, podrán venir las tormentas y la casa no se caerá. Eres templo donde habita el Espíritu. ¿En qué has convertido este templo? ¿En mercado? ¿Te preocupas sólo por darle satisfacciones pasajeras que lo único que producen es ‘muerte’? ¿De qué estás llenando tu templo? ¿De apegos, de dinero, de ídolos, de prestigio, fama, reconocimiento? La Iglesia es la asamblea de las ‘piedras vivas’ que hacen acontecer el Reino de Dios aquí y ahora. Somos la nueva edificación, que se levanta en medio del mundo para ser sal, luz y fermento. Estamos en el mundo, sin ser del mundo; Dios nos ha asignado el último lugar: si nos insultan, bendecimos, si nos persiguen, lo soportamos, si nos difaman, respondemos con bondad (1 Cor 4, 11-13). Aparecemos como pobres, aunque enriquecemos a muchos, como quienes nada tienen, aunque todo lo poseemos (2 Cor 6,10). Somos en el mundo, como el alma en el cuerpo.
Miembro del Equipo de Formadores en el
Seminario Mayor de Manizales
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