Pbro. Rubén Darío García


Levítico 13, 1-2. 44-46; Salmo 31; 1 Cor. 10,31-11,1; Marcos 1,40-45
Para la ley en el Antiguo Testamento la lepra es una impureza contagiosa; así el leproso es excluido de la comunidad hasta su curación y su purificación ritual, que exige un sacrificio por el pecado (Cfr. Lev 13-14). Esta lepra es signo del pecado. La palabra ‘pecado’ significa ruptura. Así, el pecado trae sus consecuencias, no solo personales sino también comunitarias. El pecado cometido por el sacerdote trae tremenda consecuencia nefasta para sus fieles. El pecado actuado por el padre o la madre de familia, interrumpe la bendición para los hijos, para los proyectos de trabajo o de vida. O en su caso, el mal procurado por los hijos, irradia la vida de sus padres. De la misma manera, todos los que tienen responsabilidades en empresas o instituciones. Si el gerente, por la ruptura realizada con Dios en su vida, realiza acciones de robo, engaño, fraude, o busca ganar dinero desmesuradamente a causa de no pagar las prestaciones sociales a sus empleados, o realizar ‘torcidos’ con la producción de la empresa, verá decaer notablemente, no sólo la producción, sino los problemas familiares y económicos de sus empleados. Del mismo modo, el pecado de los empleados, se verá reflejado en la vida de la misma empresa, no sólo en los dividendos, sino en el mismo ambiente de trabajo.
Si, por el contrario, se da el arrepentimiento ante Dios del pecado y se toma la decisión de volver el rostro ante Él, buscando la santidad (que es la felicidad en lo cotidiano) se abrirá una lluvia de bendición sobre la vida de la parroquia, de la casa y de la empresa, no sólo en el aumento de bienestar por los frutos económicos, sino también por la vida de los fieles, de la familia y de los empleados.
Esta semana celebramos el Miércoles de Ceniza, con el cual comenzaremos el tiempo de Cuaresma que toma su nombre de cuarenta días. Es el tiempo propicio para el arrepentimiento, para permitir en nosotros ser «lavados» con el agua bautismal que nos purifica, cumpliendo así la Palabra de Dios "les rociaré un agua pura que los purificará de todas sus inmundicias e idolatrías; convertiré el corazón de piedra y les daré un corazón de carne; infundiré mi espíritu en ustedes y vivirán" (Cfr. Ez 36,25).
El leproso del Evangelio de hoy grita: "Si quieres puedes limpiarme" y Jesús responde: "Quiero: queda limpio". Coloca delante del Señor «tu lepra» y ¡grita!, lo que significa ¡ora! y pídele con la certeza del amor que en sus llagas obtengas la curación. Con ayuno, oración y limosna experimentarás la verdadera liberación de todo aquello que impide tu felicidad.
Miembro del Equipo de Formadores en el
Seminario Mayor de Manizales
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