Pbro. Rubén Darío García


Rubén Darío García, Pbro.
LA PATRIA | MANIZALES
Todos experimentamos desde dentro un deseo profundo de libertad. El concepto de libertad se ha confundido con el “hacer lo que quiera”. En realidad, ser libre es hacer el bien; lo cual implica que “se obra mal cuando no se es libre”; en otros términos quien no posee el corazón libre, termina haciendo lo que le esclaviza. Como consecuencia llega la infelicidad de la vida, porque de dentro del corazón del hombre —no de fuera— “salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad”.
¿Quién puede llegar a habitar en la casa del Señor? ¿Quién puede entrar en la tierra prometida? O lo que es lo mismo: ¿quién puede entrar en la verdadera felicidad? El salmo da una clara respuesta: “El que procede honradamente; el que practica la justicia”. Es impresionante la fuerza de las palabras que completan esta descripción: “El que así obra, nunca fallará”. En esta expresión hay fuerza, convicción, certeza, seguridad: “nunca fallará”.
Ante esta realidad no negociable, la invitación es vehemente: “Acepta dócilmente la Palabra que en ti ha sido plantada”. Esto podría significar que si eres obediente a lo que se te está anunciando, no tendrás riesgo de caer y entrar en el desorden de tu vida, en aquello que causará tus sufrimientos y que te hará incapaz de amar. Cuando haces algo contrario a cuanto se te ha indicado en la lista anterior, no eres libre, has entrado en una profunda esclavitud.
Dios ha plantado en el corazón del ser humano la semilla que al desarrollarse y crecer, le hace capaz de saber dónde está el bien y dónde está el mal y, no sólo de saber sino que tiene la fuerza para obrarlo. “Quien obra el bien es libre”. Esta semilla ha sido plantada en el momento del bautismo. Jesucristo es la Palabra de Dios que empieza a crecer dentro de quien ha escuchado el anuncio del Reino de Dios. Un problema grave se presenta cuando yo ‘digo’ obrar el bien, pero no ‘lo hago’.
Tener a Jesucristo por dentro, es tener su ley grabada en el corazón y su ley es: “Amar al enemigo”. Esto significa que, a causa de tener la semilla plantada desde tu nacimiento, y haber permitido su crecimiento y madurez dentro de ti, puedes Amar hoy a quien te destruye, a quien te desinstala, a quien te hace daño. Puedes “poner la otra mejilla, orar por quien te persigue, perdonar a quien te ha ofendido”. Esto no lo podrás ‘hacer’ por tus propias fuerzas, necesitas del único que ha vencido la muerte y ha resucitado: Jesucristo. Sólo Él es la Palabra que te hace capaz de honrar a Dios con tus labios y al mismo tiempo tu corazón estar muy cerca de Él, porque: “¿Qué nación tiene sus dioses tan cerca, como lo está el Señor Dios de nosotros, siempre que lo invocamos?
Miembro del Equipo de Formadores en el
Seminario Mayor de Manizales
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