Guillermo O. Sierra


¿Cómo no referirme a un tema trascendental y cuya crueldad aún persigue nuestras sombras: la caída del muro de Berlín? Llegaba el ocaso del día 9 y empezaba la aurora del 10 de noviembre de 1989, hace 25 años, y con ellos, los berlineses derribaban el muro de la vergüenza que los había separado durante 28 años. Se terminaba el fatídico Pacto de Varsovia y de la Unión Soviética.
El asunto relevante es que no caían piedras sobre piedras; ni se dio el triunfo del capitalismo sobre el comunismo. Lo que allí sucedió fue el ocaso del reino de las certidumbres. Se terminaba un período en el que las leyes parecían determinar el curso de la vida de los seres humanos, de los ciudadanos, y los encerraba en una casa tomada y quedaban abrazados por el Gran Hermano, que cree saber qué es lo que los demás deben decir y hacer, y qué es lo que necesitan.
Muchos medios de comunicación se ocuparon de que este hecho no pasara inadvertido. En nuestras mentes perviven las escenas de millares de berlineses tumbando el muro a punta de picas y mazos: buscaban del otro lado, la libertad, eso mismo que le gritaba el Quijote a su fiel escudero: "La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos (…) por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida".
La libertad campea en este vasto mundo en el que reinan las incertidumbres, máxime porque ni el destino está trazado ni el horizonte tiene fin. Hace 25 años los berlineses emprendieron la búsqueda de una sociedad abierta, cuya velocidad penetra en los espíritus que deciden optar por construir su propio destino, seres que enaltecen la vida a partir de los sueños y esperanzas con los que afincan sus caminos de manera inquebrantable.
Esta sociedad abierta es de naturaleza incierta; las decisiones que se tomen bien pueden ser equivocadas y corregidas. De ahí que la conversación, debe ser el pan diario, junto con la libre expresión, el reconocimiento de la diversidad, y la constante búsqueda de espacios y relatos en los que quepamos todos.
Me parece que la educación superior debe procurar formar seres humanos bajo el manto de las incertidumbres, que es en donde aparece la libertad, porque la seguridad garantizada no es otra cosa que el rostro de la sumisión y el ocaso de una democracia. Una sociedad sin muros acepta la relevancia de la refutación de las ideas como método crítico de las ciencias; opta por oponerse al relativismo moral y defiende la necesidad de la conversación crítica de los problemas políticos y sociales, como una manera de mejorar el mundo y distanciarnos de las violencias.
Lo preocupante del mundo contemporáneo es que muchos conmemoramos y celebramos la caída del muro de Berlín, esperanzados en que aquellas dicotomías que existieron en la denominada "guerra fría", también desaparecerían. Pero la realidad es otra. Hoy se siguen levantando muros que nos siguen dando vergüenza. El muro fronterizo entre EE.UU y México, que tiene una extensión de 1.123 km., y en donde han perdido la vida en las dos últimas décadas por lo menos 10 mil ciudadanos; la enorme valla montada por el gobierno israelí, con una longitud de 409 km., y llamada por los palestinos como "el muro del apartheid"; y la franja desmilitarizada de por lo menos 4 km. de ancho por 250 km. de longitud y que divide a las dos Coreas, llamada "el muro del Berlín asiático".
Tres ejemplos, entre muchos otros, que darían al traste con nuestro discurso de la libertad.
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