Guillermo O. Sierra


En el siglo pasado, por allá por la década del 50, el filósofo y psicoanalista Erich Fromm en su texto “Psicoanálisis de la sociedad contemporánea: hacia una sociedad sana”, lanzó una pregunta que, por fortuna, continúa siendo vigente: ¿Somos una sociedad sana? ¿Qué tan sanos somos? Y digo que sigue siendo pertinente si pensamos en las actuales condiciones sociopolíticas y culturales que vivimos -o sufrimos- en este país.
Si revisamos las informaciones periodísticas de los últimos días, que han dado mucho de qué hablar (bueno, en Colombia continuamente se presentan muchos hechos que dan de qué hablar, por fortuna), es fácil darse cuenta de que en casi todas existen dos líneas comunes: las violencias y la pérdida de cordura, de sensatez, de sindéresis. Y quiero quedarme con un hecho que, desde mi prejuicio, me parece de alta relevancia: la libertad de expresión. Lo planteo porque se me ocurre pensar que la forma de narrar los acontecimientos no puede ni debe depender de cualquiera; es decir, no cualquiera puede ni debe ser periodista; y quienes sí lo son, tienen que pensar en cómo enfrentan los acontecimientos.
Creo que tienen razón aquellos que aseveran que el periodismo vive momentos difíciles, a tal punto que se cuestiona su propia identidad. Pero también es cierto que hacer periodismo de alta calidad conlleva riesgos y amenazas: quienes detentan el poder y, además, tienen dinero, buscan formas de coartar la libertad de expresión. Le acaba de ocurrir a la periodista Salud Hernández (y, como a ella, a cientos de periodistas que no han tenido un final feliz). Los periodistas deben, como bien lo ha dicho varias veces Ignacio Ramonet, impedir “dejarse arrastrar por la velocidad y la instantaneidad; deben procurar frenar, ralentizar, concederse tiempo para la duda, el análisis y la reflexión. La información es algo muy serio, porque de su calidad depende la calidad de la democracia.” Y le añado, que de ella depende que demostremos qué tan sanos somos realmente como sociedad.
Los seres humanos que ahora sufrimos de enfermedades mentales hemos creado riqueza y guerras. Y muchos creíamos, ingenuamente, que nos iban a salvar los buenos, los que se auto proclaman como buenos (y éstos dicen que los otros, que son dizque unos “pocos”, son los malos). Pues la noticia, por si no nos hemos dado cuenta, es que esos “salvadores” terminaron por condenarnos a guerras y regímenes fratricidas, parricidas, homicidas, suicidas... Sucede lo mismo con los procesos de paz en medio de los conflictos. Muchos creen que son para siempre, pero realmente duran poco. Estos tratados deben ser legalizados en la Carta Magna y en los tratados internacionales.
Una sociedad sana reconoce que podemos tener la idea del bien, de la paz, pero que éstas son imperfectas en la realidad; y que como tal, debemos saber que los conflictos seguirán presentándose; y que lo importante es, como lo decía el siempre recordado Álvaro Gómez, ponernos de acuerdo sobre lo fundamental, y resolverlos de manera inteligente. Eso lo hace una sociedad sana. A eso deben contribuir los medios y los periodistas cuando narran los hechos. Los colombianos que queremos de verdad crear escenarios pacíficos no podemos seguir pensando, como lo piensan muchos enfermos mentales, que somos nosotros los que estamos “sanos” y los demás los que están enfermos. Dice E. Fromm, “¿Estamos seguros de que no nos engañamos a nosotros mismos? Muchos enfermos internados en asilos para dementes están convencidos de que todo el mundo está loco, menos ellos. Muchos neuróticos graves creen que sus ritos compulsivos o sus manifestaciones histéricas son reacciones normales contra circunstancias un tanto anormales.”
Una sociedad sana estimula que sus ciudadanos busquen los rostros de los otros y diseñen maneras de construir un poco de humanidad. Hay que recuperar la sensatez. Eso lo hace una sociedad sana.
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