Guillermo O. Sierra


Continúo abogando por el hecho de que el uso de la razón (incluso desde la perspectiva práctica) debe ser -tiene que ser- el mejor camino para conseguir una convivencia pacífica, para resolver los conflictos de manera inteligente. Y hago énfasis en esto porque los ciudadanos no podemos ser indiferentes ante lo que pasa en este país, tan nuestro; hablo, por ejemplo, del proceso, mal denominado de negociación, entre el Gobierno colombiano y las Farc. Nosotros debemos apersonarnos de este proceso, máxime si reconocemos que los grandes cambios de una sociedad necesariamente están asociados a las movilizaciones sociales, incluyendo las guerras y las revoluciones. Y los ciudadanos de este país han sufrido de mil formas una guerra que ya tiene poco más de 60 años (sin contar otras, claro).
Mucho se habla de que estamos cerca de la paz; y esto se dice porque, en términos generales, los ciudadanos sueñan con que una vez se firmen los acuerdos entre el Gobierno y las Farc, en el territorio colombiano entrará el reinado de la paz; el sueño es de algo así como una paz perfecta. Un idilio sin sombras, sin conflicto alguno; es más, se sueña con una sociedad posconflicto. Al parecer se olvida que los conflictos, esos que el mismo Kant denominó como una "insociable sociabilidad" corresponden al motor móvil de los cambios, quizás hacia mejores formas de convivencia social.
¿Es posible la paz en Colombia? Desde un prejuicio optimista, habría que responder que sí lo es, máxime porque no es la primera vez que grupos al margen de la ley hayan dejado las armas. Recuerdo el M-19, el Ejército Popular de Liberación (Epl), los Comandos Ernesto Rojas, el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), el Movimiento Armado Quintín Lame, las milicias populares y el Frente Francisco Garnica.
Quienes piensan que la paz es ausencia de guerra, quizás tengan razón; pero no deben olvidar que esta respuesta es insuficiente; habría que pensar en que es ausencia de cualquier manifestación de violencia, de la cual la guerra es una parte. Al hablar de paz es indispensable pensar en el concepto de violencia (o violencias, en plural, considerando la óptica desde donde se mire). Muchos expertos han dicho que las violencias están presentes en aquellos momentos en que los seres humanos se sienten influidos a tomar determinada acción debido a que sus reacciones afectivas y racionales se encuentran por debajo de sus capacidades reales. Esto, quizás permita entender que cuando un ciudadano no ve la forma de alcanzar y desarrollar sus propias potencialidades, es decir, cuando siente que no logra materializar sus sueños y anhelos, se le presenta una gran frustración que finalmente puede caer en ciertos niveles de violencias.
Invitaría al estimado lector a que piense conmigo en que la paz corresponde a un estado de cosas (un estado del alma, incluso), que corresponde a un alto grado de justicia social y a mínimas expresiones de violencias. Estoy pensando en una paz… pero imperfecta, lo cual implica que debemos preguntarnos cuáles serían los nuevos conflictos (insisto en que no creo en una sociedad posconflicto) que se generarían después de que se firmen algunos acuerdos entre el Gobierno colombiano y las Farc (igual cosa hay que pensar con el Eln). ¿Cómo asumirlos? No solo deseo una paz que nos haga llenarnos de una armonía interior, sino de una especie de arquitectura colectiva que nos permita lograr niveles de convivencia, un escenario que nos impulse a dejar la pereza y la cobardía de pensar por nosotros mismos y alcanzar la tan manida mayoría de edad; un escenario en donde cada uno de nosotros sepa que es autor de su propio destino y que, a la larga, su comportamiento debe ser faro de realidad.
En suma, yo espero que los colombianos entendamos que nuestra naturaleza conflictiva, más que pensarla de manera negativa, es un elemento fundamental para la materialización de principios prácticos para el desarrollo de la misma sociedad. Esto es lo que espero de quienes están en La Habana, que tengan una conversación racional práctica, en aras de consolidar nuestro Estado Social de Derecho y darle paso a una democracia real, justa y equitativa.
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