Guillermo O. Sierra


Si Diógenes de Sínope, más conocido como "el Cínico", viviera hoy y con su farol encendido se topara en la calle con Carlos Gaviria Díaz, probablemente exclamaría: "lo encontré". Buscaba un hombre, de esos que no abundan mucho por estos días. Muchísimas cosas se pueden -y se deben- decir de este Hombre (así, con mayúscula inicial). He leído que unos le reconocen su don de gentes y capacidad teórica y analítica, lo ven como un gran pensador, algo así como un Sócrates criollo; otros, como un "extraviado en la política", incluso como un personaje que probablemente habría sido un mal gobernante; y unos más, como un dirigente cuyo ejemplo -por más que lo intentó y lo dio- finalmente, dice, no logró permear las fiebres del poder protagónico de sus copartidarios.
Yo quiero verlo como un gran libro, en el más amplio sentido borgiano, como una inmensa y venerable biblioteca que deambulaba por este espacio terrenal buscando soluciones a los conflictos de manera inteligente; un Hombre, en muchas ocasiones solitario (la soledad vuelve al pensamiento fecundo) que rehusaba dejarse esquematizar por las modas y las ansias de un funesto poder ilimitado. Quiero verlo como un gran libro cuya tragedia poética era no dejarse ver como un hombre-masa, o como un instrumento de quienes prometen y con sus promesas asustan, sean éstos de izquierda o de derecha, o de centro, de la extrema derecha o de la extrema izquierda, o del extremo centro. Un libro que hacía caminos en búsqueda de las verdades, sin declinar jamás. Quizás murió a manos de todos: de los amos y los esclavos, de los violentos y de los indiferentes.
¿Cómo explicar a Carlos Gaviria sino desde el valor de la confianza, poseedor de una mente y un corazón siempre al acecho de lo asombroso, que se regía por la más fina y austera rigurosidad académica? Siempre lo vi como un Hombre cuya templanza lo hacía un ser virtuoso que sujetaba las pasiones a la más sana de las racionalidades. Él sabía que cuando se vituperan los derechos de los demás, lo que termina por suceder es que se atenta contra uno de los hitos democráticos más trascendentales y, por lo mismo, más irrenunciables: la libertad: libertad de expresión, libertad de prensa, derecho a la información, derecho a disentir, derecho simplemente a ser otro u otra. Este Hombre sabía que nadie tiene derecho a sacrificar siglos de luchas y sacrificios por cobardías efímeras y peregrinas.
Sí, quiero ver a Carlos Gaviria Díaz como un Hombre con una indomable y radical tensión moral, al mejor estilo de Diógenes "el cínico", ese iconoclasta que prefería convertir la palabra en acciones y hacer camino al andar. Y este comportamiento me resisto a verlo tergiversado por villanos que buscan engañar a los necios, y terminan por corromper la virtud y la belleza.
Tal es el recuerdo que quiero conservar de este Hombre.
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