El más desagradable evento que tiene que sufrir el ciudadano y su entorno productivo, en Colombia, es el enfrentamiento con el código tributario.
Se dice que ese código representa la obligación de las personas y empresas incluidas en el entorno económico nacional, de cumplir con el deber de financiar los gastos inherentes al funcionamiento anual del Estado colombiano. Es una ley, y como tal hay que aceptarla y cumplirla.
Es cierto. Pero despierta consideraciones. Una de ellas es el tono de la dirección encargada de este proceso, imperial y soberbio, para con sus contribuyentes, a pesar de que esa organización está lejos de ser virtuosa. En su seno han ocurrido y siguen ocurriendo escándalos relacionados con robo y corrupción. Sus flamantes directores poco han logrado para constreñirlos.
No es muy halagador que el dinero ciudadano, obtenido con grandes esfuerzos, inicie en la misma Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales, DIAN, el tenebroso camino para nutrir el desfalco nacional.
El contrabando, algo que tiene dimensiones muy grandes, sigue impertérrito ante el fracaso de las autoridades. Irónicamente, solo los tratados de libre comercio podrán reducirlo, a medida que las protectoras barreras aduaneras disminuyan.
Estos dos ejemplos pintan la situación de una institución, quizás la de mayor impacto del país. Su afán alcabalero no le ha dado tiempo para estructurar un esquema tributario, acorde con su categoría y para identificar a sus contribuyentes con la armonía, justicia y equidad que requiere la población colombiana.
Las amenazas y la urgencia de impuestos a como sea, le crean un cuadro de angustia agresivo, algo de por sí antipático y que produce en el doliente rechazos automáticos. Sensaciones que se acrecen con la inequidad y desigualdad que reina en los grupos tributarios, que la Dirección de Impuestos Nacionales selecciona.
Una tarea como esta se debe llevar a cabo con la mano izquierda. Con la severidad debida y la diplomacia consecuente. Es decir con miel y cicuta.
Sus directores tienen que atraer a su clientela. No pueden ser bruscos y amenazantes. Deben ser hasta de apariencia atractiva y con virtudes de pedagogo. Y entender que los contribuyentes para cumplir con sus obligaciones impositivas, hacen grandes esfuerzos amén de ignorados sacrificios. No son propiamente unos malhechores evasores.
La evasión es un producto de las altas e injustas tarifas, concentradas principalmente en las personas naturales. El hoy expresidente Gaviria, magnífico ministro de Hacienda, probando esta teoría, en su reforma tributaria, rebajó tarifas, y quien creyera, subió el recaudo tributario. Cuando el monto a pagar no atenta contra su estabilidad económica, el ciudadano paga sin amargura. No así lo contrario. Cuando el pago es alto se siente extorsionado.
Se dice que la tributación en Colombia es baja, unos 15% otros 18%, pero en todo caso baja. Claro que si se compara con los países europeos donde este porcentaje llega hasta el 60%, tienen razón. Pero en esos países, sus gobiernos proveen a sus habitantes de todo, con calidades excelsas como la salud, la educación, el transporte, grandes facilidades para la vivienda, jubilación adecuada para bien vivir. Este último en Colombia, solo existe para los congresistas y magistrados que la tienen faraónica.
Hay que tributar, sin duda alguna. Para facilitar el cumplimiento de tan importante deber, es fundamental un código tributario consecuente con los ingresos genuinos de los contribuyentes. Un código que requiere tiempo y técnica para elaborarlo. Un código que tenga duración, no retazos anuales a la carrera, usanza de nuestras autoridades colombianas.
Un código para el impuesto sobre la renta, que tenga en cuenta que ese no es el único que el ciudadano paga al fisco. Existe una serie de tributos diarios adicionales, de carácter regional. Pero el más costoso sin duda alguna es el impuesto predial que crece cada año como espuma cruenta. Con el de renta y el de patrimonio, ahora añadido, se construye una tripleta mortal.
Como las contribuciones tributarias están destinadas a financiar el gasto público, sería del caso una ojeada a los excesos de tales gastos de ese estado que financian, desde la Casa de Nariño pasando por las altas cortes, el Congreso, es decir en todas las ramas, ejecutiva legislativa y judicial. Sus crecientes excesos economizarían varias reformas tributarias.
Bienvenido el nuevo director. Un gran señor
Posdata:
Adverado: (Del part. de adverar).
Adverar: (Del b. lat. adver?re). Certificar, asegurar, dar por cierto algo o por auténtico algún documento. - Diccionario de la Real Academia Española
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