Cuando la inflación va bien sucede lo mismo que con el clima de Bogotá: poco se habla de ella. El clima de nuestra capital es tan bueno que casi nunca se menciona. No es común escuchar en las reuniones sociales capitalinas expresiones que son comunes en otras ciudades como: ¡Qué frío! ¡Qué calor sofocante!
Últimamente, sin embargo, se empieza a hablar mucho de inflación. Señal de que las cosas no van bien.
Vamos a cerrar este año con una inflación cercana al 6,5%. Tres puntos y medio por encima de la meta del Banco de la República que era del 3%. Ya el Emisor reconoció que este año no se podrá cumplir con dicha meta. Y espera que hacia mediados del 2016, si acaso, podamos volver a alcanzar la meta del 3% como punto medio de una franja deseable en los incrementos de precios.
Las causas son varias y todas ellas son ciertas: la fuerte devaluación del peso ha encarecido en especial los alimentos que importa el país; la fuerte sequía que experimentamos y que todo parece indicar que se prolongará hasta el primer trimestre del año entrante, ha estropeado cosechas y encarecido la canasta familiar. Pero no son solo estos episodios inesperados los que están arrastrando al alza la inflación. La llamada “inflación básica” -aquella que no depende de eventos fortuitos como la devaluación o el Niño- también muestra señales de alerta.
Por todas estas razones el Banco de la República ha comenzado a utilizar el arma que está a disposición de todos los bancos centrales en estas circunstancias: la tasa de interés a la cual suministra liquidez a los bancos del sistema. Ya la ha subido en tres ocasiones y todo indica que lo seguirá haciendo. Observadores calificados como Fedesarrollo pronostican que en los próximos meses la tasa de referencia del Banco de la República alcanzará el 7%.
Era la responsabilidad del Banco emisor actuar así ante estos cabeceos inquietantes que empieza a mostrar la inflación. Pero no debemos hacernos ilusiones exageradas sobre la capacidad del Banco de la República. A punta de alzas en sus tasas de referencia interbancaria algo se logra pero no todo se maneja. Se necesita, por ejemplo, un concurso más activo de la política fiscal para que a través de moderación en el déficit de las cuentas públicas (que está altísimo: ya está llegando al 4% del PIB), y mediante la morigeración del gasto público, se contribuya a enfriar las furias de los demonios de la inflación que están dando muestras de querer despertar.
No va a ser fácil lo que viene. La negociación en curso del salario mínimo para el año entrante será una primera y difícil prueba de fuego. La administración por parte del gobierno de ciertos precios administrados como los de los servicios públicos y los de los combustibles, será otro desafío que requiere de una gran coherencia.
El control de la inflación debe ser el gran propósito macroeconómico de ahora en adelante: hay que volver a adormecer los demonios inflacionarios. Hay que anclar las expectativas sicológicas que cuando son alcistas son peores que cualquier otro indicador. Esto requiere de un gran tino. El gobierno debe recordar que no todo es asunto del Banco de la República. No hay peor política social; y nada que mal distribuya de peor manera la riqueza y el ingreso que índices inflacionarios al alza.
Es apremiante pues que volvamos a un escenario en el que poco de hable de la inflación: ¡como poco de habla del clima de Bogotá!
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