Nunca pensó Voltaire, cuando puso en su inmortal novela a Cándido a visitar las misiones jesuíticas, que tres siglos después iba a ser éste un impresionante emporio agroindustrial y ganadero de Bolivia.
Nunca pensó nadie que cuando Evo Morales, primer mandatario indígena, ganó la presidencia de Bolivia en 2005 iba a durar 10 años en el poder, término que acaba de cumplir; el periodo más largo que mandatario alguno boliviano se ha mantenido a la cabeza del Estado. Y que se dispone a permanecer como jefe de Estado -de ganar el referendo convocado para el próximo mes de febrero que lo habilitaría para postularse nuevamente- hasta el 2020. La suerte de este referendo, sin embargo, no es clara.
Nunca pensó nadie tampoco, que según la Cepal el país de la región que crecerá mejor en el 2016, con inflación bajísima y déficit fiscal controlado, será Bolivia.
Nadie pensó que la nacionalización de los hidrocarburos y del gas natural que decretó Evo Morales, no solo no marginó a Bolivia del concierto internacional como se temió, sino que incrementó en cerca de US $ 1200 millones por año las rentas fiscales del Estado. Lo que equivale a un verdadero Potosí moderno.
Y, por último: nadie hubiera pensado que los aliados políticos de Evo, a saber, Argentina, Venezuela, Ecuador y el mismo Brasil iban a entrar en periodos de gravísima turbulencia económica, mientras que el débil y a menudo menospreciado aliado andino iba a disfrutar una época de envidiable estabilidad económica y cambiaria.
El caso de Evo Morales es desde luego peculiar. Cuenta es su biografía política (“Jefazo” de Martín Sivak) que cuando llegó a presidencia no sabía lo que era el déficit fiscal ni por qué podía atizar la inflación si no se le manejaba con cuidado. Aprendió la lección con humildad pero con firmeza, y hoy en día, en medio de un gobierno que se caracteriza por un marcado populismo caudillista, practica una encomiable política de austeridad fiscal. Sin necesidad de que se la imponga el Fondo Monetario Internacional.
Hay en Bolivia una verdadera efervescencia con el reciente fallo de la Corte Internacional de Justicia que, hasta el momento, lo único que ha dicho es que es deber de Chile sentarse a negociar con Bolivia alguna fórmula que le permita al país andino buscar una salida a la insularidad en que se encuentra después de la guerra del pacífico de finales del siglo XIX que la privó de una salida al mar. El fallo de fondo de la Corte de la Haya está pendiente, pero lo que ha alcanzado hasta ahora el gobierno de Evo se interpreta como una victoria temprana.
Mientras tanto sigue su marcha un país maravilloso y lleno de contrastes. Rico y pobre. Multinacional como reza su nueva Constitución. Un altiplano pobre e indígena y una región oriental, cuyo centro de gravitación es Santa Cruz de la Sierra, moderno y a la punta de una transformación agroindustrial admirable.
Las tensiones entre la región oriental y la occidental, que estuvieron a punto de fragmentar el país hace algunos años, parecen haber cedido.
Y, entretanto, las figuras tutelares de Simón Bolívar y del mariscal Antonio José de Sucre, creador este último de la República que con gratitud se dio el nombre del Libertador, siguen presidiendo la sala capitular de la Casa de la Libertad en su capital Constitucional, la ciudad de Sucre. La antigua Chuquisaca, sede de la audiencia de Charcas y capital del Alto Perú, hasta cuando sonaron las dianas de Ayacucho.
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