Augusto León Restrepo


Yo, que me he cortado la coleta varias veces como aficionado taurino por variadas razones, entre las cuales enuncio las de que no me gusta el toreo técnico de El Juli, ni los toros de Miguel Gutiérrez, ni la lidia efectista de los picos de las muletas, aun cuando algunas veces he pedido orejas para Julián López e indultos para los pupilos -como dicen los comentaristas taurinos- del descendiente de quien fue mi superior y criador de reses bravas, el bien recordado manizaleño Ernesto Gutiérrez Arango -contradictorio e inconsecuente que es uno- compré el abono para la temporada de Bogotá que está en sus inicios. Me emperifollé para irme con mi mujer y mis amigos cercanos Hincapié, Villalobos y Wagenberg a los tendidos bajos de Sol y después de un saleroso condumio emprendimos el camino a la Plaza de Santamaría, desde el Hotel Tequendama, a doscientos o trescientos metros de distancia entre los dos sitios, para quienes no conozcan a Bogotá. Ya en la calle, la presencia de centenares de policías y la vocinglería de una masa informe, que se aglomeraba a lado y lado de la ruta que habíamos escogido, me dio la impresión de que algo sucedía pero que nada tenía que ver con nosotros, inermes ciudadanos que íbamos a presenciar un espectáculo al que, en mi caso, asisto desde hace cerca de setenta años, cuando de la mano de mi padre Agustín Restrepo, fui a ver a la rejoneadora peruana Conchita Cintrón en la Plaza de toros El Soldado de Manizales. Y grande fue mi sorpresa cuando entendí que los madrazos, el grito de ¡¡Asesinos!! , escupitajos, lanzamientos de orines, pintura roja, amagos de agresiones físicas que no consumaron porque nos separaban sendas barricadas, frases como las de que porque no va a torear a su madre o a la zorra de su mujer, salidas de bocas desfiguradas y rostros demoníacos, y otros imaginativos denuestos, eran para nosotros y los diez mil ciudadanos que con nuestra presencia queríamos, además de darle pábulo a una afición, protestar por las prohibiciones y las restricciones para las minorías, que en las pretendidas democracias deben ser protegidas y amparadas.
Ya en la Plaza y antes de que sonaran clarines y timbales, traté de elaborar algunos razonamientos para lo que acababa de presenciar y lo primero que se me vino a la cabeza fue que ese tránsito del Tequendama a la Santamaría, ya lo había vivido en los libros y en el cine. Fue muy semejante, me dije, a los fúnebres y terroríficos desfiles de los condenados al cadalso cuando los pueblos se levantaron en busca de la igualdad, la fraternidad y la libertad y con sus puños en alto, sus palabrotas y sus desdentadas bocas pedían la muerte de los déspotas y sus cortesanos. Ahora, en pleno siglo XXI, se repetía la historia: a unas personas sintientes, se les quería conducir a la picota con el pretexto de defender la integridad de seres sintientes también, no lo vamos a discutir, pero animales excepcionales levantados y criados para llegar a su muerte mediante un rito, una ceremonia con oficiantes revestidos, en una representación efímera que tiene que ver con el arte, con la vida y con la muerte, con las tradiciones populares, en vez de ser sacrificados por unos matarifes que esgrimen escabrosos cuchillos, para terminar hechos churrascos y chunchurrias dentro de la nutricia cadena cárnica de los humanos. Esos seres sintientes, los peces, los bovinos, los pollos, los patos, los caballos, las hormigas, los mojojoyes y caracoles, los pulpos, los calamares, los cerdos y los cerditos, que mueren todos los días, mediante los más disímiles y cruentos procedimientos, que no merecen la más mínima solidaridad de los antitaurinos.
Pero pongámonos serios. Esos muchachos gritones y agresivos, bocones y malhablados, tienen pleno derecho a "delicarse" con lo que sucede en las Plazas de Toros y a manifestar en público su desagrado. Me contaron que hubo plásticas representaciones teatrales por parte de los antitaurinos. Nos podemos dar la mano con eso. Tengo amigos muy cercanos y queridos que nos reclaman por la asistencia a la Plaza que ellos consideran antiecológica y fuera de tiesto para la modernidad, y hijas que no permiten que llevemos a los nietos a los circos, pero que no nos consideran asesinos ni tampoco quieren que nos sometan a violencias ni vejámenes. Como tampoco quisiéramos nosotros que los protestantes fueran víctimas de gases lacrimógenos, de bombas aturdidoras, o de las fuertes actuaciones de los del ESMAD, en aras de la defensa del orden público, ni mucho menos niñas y niños, que por muy importantes que sean sus padres no deben estar en esta clase de "celebraciones" democráticas.
¡Ah!...y hoy estaré en la Plaza, porque yo no nací en el mes de los temblores, como diría una dirigente política. Y porque todavía puedo correr...
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