Jorge Enrique Pava


Por más que se quiera ocultar y minimizar la problemática del tránsito en Manizales, es una verdad de a puño que no puede ser disfrazada, pues el número de accidentes y de muertos indican la gravedad del asunto.
No podemos desconocer los ingentes esfuerzos realizados por el secretario de Tránsito, doctor Carlos Alberto Gaviria, gran conocedor del tema de movilidad; tampoco desconocemos que la Administración Municipal trata de innovar con campañas educativas que tal vez se han quedado cortas y no han calado lo suficiente en la ciudadanía. Pero la verdad es una: las acciones tienen que ser inmediatas, efectivas, y tal vez represivas pues ya vemos que el civismo que nos caracterizaba se ha perdido en el tiempo y hoy tenemos un manizaleño indolente, indiferente y apático.
Y está bien que el alcalde trate de educar antes que reprimir; que trate de persuadir antes que multar; que trate de ordenar con método antes que asumir posiciones radicales. Pero cuando estas medidas blandas fallan, el mandatario tiene que asumir posiciones más drásticas aún a costa de su popularidad, aspecto que parece ser de su máxima importancia.
Estamos en mora de empoderar al pueblo para que se haga partícipe de las soluciones y extraerlo del grupo que causan los problemas. En el tema del tránsito, el ciudadano del común podría jugar un papel importantísimo, pues son muchas las dificultades que padecemos y soportamos y sobre las cuales la Administración no se da por enterada, o asume una posición cómoda de complicidad o pusilanimidad.
¿Qué tal, por ejemplo, organizar un programa de patrulleros cívicos que, acompañados de autoridad, dispongan de sus vehículos para hacer rondas por toda la ciudad y ejercer controles estrictos al cumplimiento de las normas de tránsito? Nos convertiríamos en multiplicadores de vigilancia, y el infractor terminaría por saber que las normas deben ser cumplidas en todo momento y lugar y no solo cuando ven al guarda o al policía. ¿Volveríamos a parquear tranquilos y descaradamente en las avenidas o en las aceras para hacer las diligencias personales, sabiendo que de cualquier vehículo que pase por el lado puede apearse un guarda o policía con autoridad para imponer una multa? ¿Los buses y busetas dejarían o recogerían pasajeros en cualquier sitio, sabiendo que cualquier vehículo a su alrededor puede ser su “verdugo” por infractor? ¿Seguirían invadiendo las vías públicas los taxis que se estacionan en grupo a la espera de pasajeros, si saben que hay patrulleros permanentes en la ciudad? ¿Seguiría la invasión de buses en las principales vías del centro de la ciudad? ¿Seguirían las motos zigzagueando, abusando, invadiendo y atropellando, si saben que, ¡por fin!, pueden ser detectadas, inmovilizadas y sancionadas? ¿Por qué ese infractor consuetudinario sí puede ser ejemplo de cumplimiento cuando conduce en otro país? ¡Porque allí sí hay autoridad y sanciones!
Pero además ese empoderamiento del ciudadano y el involucrarlo como parte de los controles ayudaría a recomponer el sentido de pertenencia del que hacíamos gala los manizaleños hasta hace poco. Y serviría de ejemplo para nuestros hijos que, al vernos participar activamente en la organización de la ciudad, tendrían un contagio de civismo, definitivo para el progreso y desarrollo, y querrían ellos también asumir su cuota de responsabilidad.
Creo firmemente que seríamos muchos los manizaleños que estaríamos dispuestos a prestar este servicio en forma gratuita o a cambio de alguna retribución simbólica o de condonación impositiva de algún tipo. Estoy seguro de que trabajando organizados y poniendo a los ciudadanos a ser parte de los controles, podremos recuperar el orden en la ciudad.
Y algo parecido se podría pensar en cuanto a la seguridad en Manizales. El patrullero cívico podría ser también una figura para extender la vigilancia a vastos sectores de Manizales y un factor persuasivo para la delincuencia. Si el delincuente sabe que están a su acecho, la ciudad ya no será de su agrado; si el delincuente se siente perseguido, seguramente buscará otras latitudes; si el delincuente se sabe detectado, no se atreverá a violar la ley.
Tal vez todo esto sea una utopía. Pero estoy seguro de que nada nos cuesta ensayar y es mucho lo que tenemos por ganar.
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