John Harold Giraldo Herrera


Lumièradas
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El último de los Ocaínas, don Antonio, un mayor indígena, asistió a los premios Óscar, sin saber nada de parangones, ni de estrellas humanas ni de alfombras rojas ni de estatuillas; de nada de eso, él caminó por allí y con un vestido elegante y su plumaje en su cabeza, fue abrazado desde que nació por la serpiente. He ahí el porqué del nombre de la obra de cine de Colombia de la que más se habla, se trata de que las serpientes vinieron de algún lugar del cielo, dieron la vida, y nos dejaron unos regalos para que los cuidáramos. Suena a conformismo, pero haber sido nominados fue un gran premio. El cine colombiano gozó de un tiempo de brillantez, más también el abrirse en tal ventana, significa el serpentear muchos más meandros, hasta alcanzar mayor fuerza, sobre todo en el propio país, que ve más lo de fuera que lo nuestro.
“Y solo aprendiendo a soñar podía salvarse”, fue una de las frases emblemáticas de la película. Ahora, los Óscar no premian lo mejor en cuestiones técnicas o en lograr lo más acorde del lenguaje cinematográfico, es como creer que uno gana en la bolsa de valores solo porque tiene fe o mucho dinero. La junta de la Academia es compuesta por una gran cantidad de judíos y no en vano el tema del Holocausto es ganador. El Hijo del Saúl, de Hungría, muestra, quizás como lo dicen muchos, otra óptica, de las cientos de películas que lo han hecho (y que seguirán), el tema de la barbarie de esa fatídica época de la humanidad, de persecución de judíos. Asunto que sigue ocurriendo, pero ya no con ellos, sino con otro tipo de seres a lo largo y ancho de la geografía del orbe. Aún en Colombia a los pueblos originarios los han perseguido e incluso cazado por hablar una lengua distinta o profesar rituales, a consideración de la Iglesia como satánicos o no compatibles con la tradición judeo-cristiana. Si don Antonio es de los últimos Ocaínas, no es porque ellos así lo hayan querido.
Hace muy poco querían exterminar a los Uwa y sabemos que de los Umbra quedan apenas 3 a 4 familias porque por mucho tiempo tuvieron que esconderse; y de los 103 pueblos originarios que existen, el auto 004 de la Corte Constitucional, establece que el 35% de ellos se encuentra en riesgo de desaparecer. Y no se notan ingentes esfuerzos del Estado para impedir tal barbarie. Haber sido nominados significa ponerle atención a esas naciones indígenas, quienes han re-existido pese a todos los embistes por doblegarlos. No son una postal o un tema de moda o de romanticismo, su lucha es por seguir sobreviviendo y mantener sus raíces, en medio de las resignificaciones del tiempo en el que viven.
El cine colombiano, si bien queda muy bien posicionado con la vitrina mundial que acaba de establecer en la alfombra roja, debe buscar las alternativas para que no ocurra que las películas apenas sean vistas por 100 o 200 personas, o que de las 36 estrenadas el año pasado, apenas unas cuantas hayan tenido las salas adecuadas para su exhibición y las hayan dejado al menos más de tres semanas en cartelera. Hablamos de películas con músculos financieros por sus patrocinadores o porque les inyectan un capital o que son parte de una producción de stancomedy con visos de cine. Las demás, las 30 restantes, ni siquiera alcanzan una visibilización en medios. Hacer una película en Colombia es posible gracias a los premios que se otorgan en todas las etapas, ya muchos jóvenes como Gabriel González Rodríguez, quien hizo Estrella del sur (2013), saben de los beneficios de esos estímulos, pero reconocen el desaire de la proyección, donde deben resignarse a 10 salas en todo el país y con permanencia que depende de la taquilla. Se ha abandonado la idea de robar un banco (como lo mostró Raúl García en Kalibre 35) para cumplir el sueño de contar con una película.
¿Conoce usted si quiera 20 de las 36 películas del 2015? El abrazo de la serpiente se masificó porque fue nominada, de resto, hubiera sido olvidada como les sucede a las demás. Pero también hizo el lobby necesario y cuando fue seleccionada en Colombia, se le adhirió un recurso para su representación. No obstante, en esto los judíos nos llevan mucho trecho. Y al cine colombiano le falta apoyar mucho más, como toda una industria que es, a las películas hechas en el país. Se habla que falta mucha calidad, que los directores carecen de la experiencia. Si fuera así, un joven – César Augusto Acevedo-, quien grabara la bella y necesaria La Tierra y la sombra (2015), no hubiera hecho un filme de tanta calidad. Queda mucho por aprender de la hazaña hecha por Ciro Guerra, su camino ya se aseguró en el cine, el de don Antonio, puede que un poco, el de los Ocaínas y muchos más grupos originarios no. Las de las películas en producción pueden contar con más entusiasmo, pero muchas se quedarán como dijera el director Víctor Gaviria, quien se refirió al cine colombiano en un ensayo, como que quedaban las latas en el fondo del río. Al cine en Colombia como a los pueblos indígenas se les debe otorgar, ahora sí, un gran abrazo de la serpiente.
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