Óscar Dominguez


Óscar Domínguez Giraldo www.oscardominguezgiraldo.com
No cantaletean, no traicionan, no dinamitan oleoductos, no piden plata prestada, no votan, no se estresan, no pagan impuestos. Es su forma de ejercer el goce pagano.
No leen correos electrónicos, no son lagartos. No practican la "mermeabilidad". "No olvidan nunca su canción", para obedecer el poema de Rogelio Echavarría.
Están amañados en su oficio de pájaros. Viéndolos atravesar el viento con una cierta sonrisa, me late que a mis cucaracheros amigos no les gustaría ser nube, desobedeciendo otro verso, de Tagore. Este proletariado con alas se goza la vida.
Mis viejos mejores amigos son dos cucaracheros con los que comparto ingreso y ocios. "Estando los dos estamos todos", se currucutean entre ellos. Son mis siquiatras. No me pasan factura y eso que en el menú que ofrece la casa no figuran insectos, su debilidad gastronómica.
No cobran entrada por oírlos cantar. Los Troglodytes aedon, o cucaracheros comunes, de la llanura, pájaros de a pie, tienen dos cantos: uno breve, amenazante, cuando creen que intrusos con plumas se le van a meter al rancho donde sueñan sus pichones.
El trino parece una ametralladora con silenciador. Es su arma disuasiva, junto con un pico que parece clonado del pez espada y que manejan con destreza de d’Artagnan, el mosquetero estrella de Dumas. Defendiendo a los suyos, se mueven, nerviosos, iracundos. Es su forma de marcar territorio.
En su destino de machos alfa, defensores de sus críos, no respetan pinta: se enfrentan al advenedizo que sea. Son pacíficos, pero si les toca, sacan la casta de braveros.
Los he visto poner en fuga a solitarios mayos agresivos, a azulejos siempre de la mano como niños de prekinder, y a siriríes bulliciosos que tienen escrituradas las copas de los árboles. Se elevan y lanzan en picada como nadadores de élite. Todo hay que decirlo: son los que más disfrutan su oficio de pájaros. Junto con las golondrinas.
El otro canto de los cucaracheros es más amable, festivo. Provoca sacar pareja. Contagian sus ganas de vivir. Verlos en esta actitud rebaja kilos. Nos ahorra tomar pastillas, practicar yoga; qué pilates ni qué ocho cuartos.
Pero también son sensatos y escogen enemigos relativamente pequeños para poderlos derrotar. Tampoco son giles: las pocas veces que han venido a su pajarera amedrentadoras pavas maraqueras, les dejan el espacio libre. Toca llamar a la Cuarta Brigada para que las desalojen. O espantarlos.
Los cucaracheros tienen respeto, admiración, por la soledad o barranqueño. Cuando aparecen, chorrean la baba por ellos. O ellas. Su emplumada aristocracia les provoca envidia. También son humanos. ¿Cómo culparlos?
Fieles a morir "no inventan nuevos picos para el amor" y "a nadie humillan con su feliz indiferencia". Mejor dicho, parece que se supieran de memoria el poema del transeúnte Echavarría.
Mientras más conozco a los hombres y a los perros más quiero a mis cucaracheros.
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