Óscar Dominguez


Decía el fallecido ajedrecista Óscar Castro que uno sabe que está en Colombia porque todas las mesas están cojas.
Estas dichosas mesas merecen estar al lado de otras “instituciones” colombianas como el tinto, el cuadro del Corazón de Jesús en la sala, rajar del gobierno, llegar tarde a todo, los puentes emiliani, el himno nacional cuya letra no entiende ni el “poeta” que lo escribió.
La costumbre de la mesa coja llegó para quedarse. Tanto que a la hora de reservar mesa exija que sea en la cuatro o en la seis porque cojean de algún lado. Otra opción menos pragmática es enviar una avanzada para que verifique el estado de las mesas. Dejo constancia de que el problema no es exclusivo de los restaurantes. Así como donde hay mujer hay poesía, en cualquier mesa podrá encontrar incómoda cojera.
En las inmensas plazas de comidas ojo con las mesas sospechosamente desocupadas: seguro cojean de alguna parte de su anatomía.
Como el recién llegado se niega a aceptar que esté averiada, volará a ocuparla, feliz con su día de suerte.
En algunos sitios, administradores y meseros conocen tan bien el negocio que reciben a los clientes con una tapita de gaseosa que agitan en el aire con la alegría de quien acaba de descubrir un nuevo plato.
Los pobres clientes saben que ese estrepitoso recibimiento indica que les tocará mesa coja pero que el problema tiene solución.
El ritual es el mismo en todas partes: usted se sienta, toca la mesa para acomodarse, y pum, descubre que el mueble cojea, como Navarro Wolf.
Cuando le han servido la sopa y la mesa no ha sido cuñada como mandan los cánones, es posible que termine con el caldo encima. Ese día no pague propina y exija que le reconozcan la lavandería.
Los del vecindario que antes se sentaron en su mesa se lo gozan de lejitos. Ya no tendrán que ver por televisión las sesiones del Congreso.
Muchos restaurantes parecen más orgullosos de sus mesas averiadas que de esforzarse por ganar las estrellas Michelin que les puedan otorgar en reciprocidad sus desplumados parroquianos por la buena sazón.
¿Qué responsabilidad les cabe en lo de las mesas cojas a los colegas de san José, también llamados carpinteros? Averígüelo el muy famoso señor Vargas porque a alguien hay que echarle la culpa, otra “institución” criolla.
Para no pasar de incógnito en la vida sugiero a los genios de Harvard el estudio del impacto que las mesas cojas tienen en el mal genio de los parroquianos y en el futuro de las negociaciones de paz.
Y como me gusta que la gente se llene de plata, les cedo a los cerebros fugados de Silicon Valley la idea de que perfeccionen una GPS o Waze que permita encontrar mesas que no tengan los inconvenientes mencionados. Me llevan con el modesto 20%.
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