Óscar Dominguez


Todo lo del pobre es robado: soy rico un día más cada cuatros años, y eso es suficiente para que me convierta en incómodo bisiesto. Un simple día me hace pasar de ingenuo Jekill a perverso Mr. Hyde.
Como Don Fulgencio, no tuve infancia. Como Homero Simpson, no tuve niñez. Soy un lapsus del almanaque. Mes bonsái, bien podría no haber nacido.
A manera de equívoca indemnización, soy un mes plagado de vírgenes y, por tanto, mártires. En mi jurisdicción de días el eterno almanaque Bristol en su edición “184 de publicación continua” recuerda a las santas Águeda, Apolonia, Escolástica, Eulalia.
Agabo, Cirilo y Onésimo, son otros santos sin tocayo que hacen su agosto en febrero. Ningún poeta me ha dedicado un anoréxico haikú. Acepto rectificaciones. Solo Sábato me mencionó citando a una vecina suya de Santos Lugares: “Qué lástima morir en febrero cuando no hay nadie en Buenos Aires”.
Alguna vez me pasé de vivo y fui un mes dedicado a los muertos. Pero vino noviembre y se adueñó de la efeméride. Quedé viendo un chispero.
Podría no existir y no pasaría nada. Sería un buen mes para que se acabara el mundo. Los agarraría a todos con los calzones abajo.
A veces despierto sintiéndome un mes pegado con babas. Extraña fortuna estar hecho de restos de días, horas, segundos, que les sobran a los demás colegas de calendario.
Soy como esos ignorados parientes pobres. Si mucho, los colocan de últimos en la lista de espera para tener en cuenta en caso de que llegue alguna abrumadora lotería. (Generosos propósitos que llegan hasta el momento en que la suerte les sonríe).
Siento que todo el mundo tiene prisa por salir de mí. No provoco ni veniales. Hasta a los relojes les da pereza dar la hora exacta en febrero.
Mucha gracia es que Barranquilla y Río de Janeiro hayan decidido llenar de colorido y caderas sus carnavales en febrero, mes flaco como periódico del martes. Menos mal los floricultores colombianos me miran como si fuera la tierra prometida por aquello del día de
san Valentín.
Acompaño en la pena a quienes cumplen el 29. Tienen que esperar la llegada del bisiesto para celebrar.
A finales de febrero sufro angustia existencial. No hay Freud que cure mis achaques. Acabo con las existencias de clínex ante la perspectiva de otro anonimato de cuatro años.
Pero bueno, al menos soy el único mes que se da un sabático remunerado. Del ahogado el sombrero. No les quito más tiempo. (Por ser el mes más corto tocó escribir ídem. Eso creo).
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