Óscar Dominguez


Me siento conejeado por la luna. El feo detalle de pasar tempranísimo, con cielo totalmente nublado, no tiene nombre. Me tocó verla en el periódico.
Perdí la gran oportunidad. Me había perdido la superluna en 1948 porque estaba ocupado ejerciendo el destino de niño. Y no creo que me aguante la cuerda hasta 2034, cuando volverá a aparecer cachetona en ese periódico de pared que es el firmamento.
Selene me había decepcionado el 20 de julio de 1969 cuando alunizaron Armstrong y “Buzz” Aldrin, mientras su colega, Mike Collins, daba vueltas en esa nada detrás de la nada que es la cara oculta de la luna.
La decepción nació del hecho de que nadie apareció para mostrarles a los astronautas dónde quedaba el baño. ¿Somos tan inamenos que los de otras civilizaciones prefieren cambiar de acera para evitarnos?
Ante la promesa de superluna, volví a leer la espléndida crónica de Oriana Fallaci sobre ese desembarco lejos de nuestros egos.
"Ni siquiera en contacto con el infinito un hombre se hace grande si en él no hay grandeza. Ir a la luna no nos hace ciertamente mejores", trinó.
Ahora: ¿Qué es eso de alunizar con frases inocuas? Armstrong pronunció dos. La primera: “Ahora salgo de la plataforma del LEM”.
Está a años luz del conocido verso de Silva: “Y se oían los ladridos de los perros a la luna”.
La otra metáfora de Armstrong tampoco alborota ninguna libido poética: “Este es un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad”. Hay más poesía en el cambio de luces del semáforo.
Aquella noche del alunizaje me preocupaba el anónimo Collins que daba vueltas a la manzana mientras sus colegas tejían su fugaz inmortalidad. ¿Qué tal que le hubiera dado por dejarlos botados?
El lamento lacrimógeno de Collins a Houston supera las frases de Armstrong: "Solo Adán estuvo tan solitario. Pero Adán estuvo en el paraíso terrenal".
“Modestia, apártate”, prefiero el poema a la luna que le grabé a los cinco años a mi hijo Juan:
¿Cuándo está bolita la luna y cuándo está banano?
La luna es una mujer y el sol es un hombre.
¿El sol no habla? ¿La luna no habla?
¿Por qué pintamos la luna con ojos?
¿Por qué hacemos el sol con ojos?
¿La luna es amiga del sol?
¿El sol es amigo de la luna?
¿Por qué se mueve la luna cuando se mueven los carros?
La luna sale por la noche, anda por la noche.
El sol tiene palitos, unos que son larguiticos.
El sol vive arriba.
El sol da vueltas como la rueda.
El sol está en su casa por la noche.
En la tierra hay columpios y parques.
Ante tantas preguntas, le aclaré a mi hijo que yo era su taita, no Galileo.
“¿Y quién es Galileo?”, me fulminó el chiquitín.
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