Óscar Dominguez


El match a doce partidas por el mundial de ajedrez que se disputa en “TRUMPlandia” (Nueva York), estaba convertido en un bostezo, en un monótono paseo bugueño de hombres con hombres, mujeres con mujeres. Hasta que apareció un niño que formuló la pregunta adecuada.
La inquietud sacudió la silla turca del campeón, el noruego Magnus Carlsen, de 25 años, y el esternocleidomastoideo de Serguéi Kariakin, de 26, ruso nacido en Ucrania.
El chiquitín, invitado a preguntar junto con otros colegas suyos de colegios de NY, les indagó si no se debería acudir a la norma Sofía que impide que haya exceso de tablas seguidas.
Los rivales que se disputan una obesa marrano-alcancía de millón y pico de euros sonrieron para sus adentros. Debieron sentir algo parecido al bochorno.
Y en la siguiente partida, la octava, el recreo se acabó. Ganó el ruso que cuenta con el aval del presidente Putin, el nuevo mejor aliado de Trump.
Desde el match Fischer-Spassky, y luego del que disputaron Kasparov y Karpov, el Kremlin no había metido las narices.
No goza de mucha prensa en la aldea global el juego que tiene diosa propia, Caissa. Como es habitual, apenas se publican migajas del match. Las escuetas noticias, si acaso, aparecen en el pasa del periódico, y en letra de edicto que nos deja de oftalmólogo.
Pero si Dios está en todas partes, el ajedrez está en casi todas gracias a internet.
Si me entrevistaran para la televisión de Bramaputra sobre mi candidato a ganar el mundial, respondería que le apuesto a Carlsen, a quien se le enguarala la corona si no cambia de estrategia.
Estoy por Magnus por su talento insólito, jamás en reciprocidad al premio Nobel de paz otorgado por sus paisanos al presidente Santos. Al fin y al cabo, la paz cojea pero todavía no llega.
El verdadero premio será la "reconcilia". En Colombia jugamos nuestro propio y eterno match por la paz. Para sacarla adelante también habrá que cambiar de estrategia.
Un enemigo íntimo de la confrontación me recordó que en la Constitución anda agazapado un escueto, mínimo, articulito, el 22: “La paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”.
Esta norma y las mayorías parlamentarias permitirán sacar adelante la refrendación del nuevo acuerdo.
Si no “ganamos” el último que salga apaga la luz. Y que Dios nos coja confesados y comulgados.
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