Óscar Dominguez


Para no perder el año del todo me reuní conmigo mismo, hice quórum y decidí declarar la cotidianidad personaje del año.
Una refugiada siria sintetizó en pocas palabras la importancia de lo cotidiano al llegar a Estocolmo después de jijuemil zozobras: todo lo que quiero es volver a abrir y cerrar una puerta.
Es un goce pagano disfrutar la condición del mortal que despierta diario a la vida, se toma un café instantáneo, de celador, se baña, se enoja o se alegra, envidia un poema que le habría gustado escribir, habla pestes del gobierno.
O lee en el almanaque Brístol, edición de 2015: "Maduramos con los daños, no con los años".
Son placeres de los dioses ver pasar una nube, prender o apagar la luz, pararse en una esquina, parecerse a la mascota, chatear con la almohada, perderse en los vericuetos de Internet o del anárquico centro de Medellín…
Esperar ese correo electrónico que nos cambiará la vida, ver pasar el tren, oír cantar el gallo así no sepa dónde, creer o no creer en el que reparte dones, engullirse un chicharrón dañino.
No está mal disfrutar del colibrí que reúne -gratis- toda la magia del Circo del Sol.
El padre Astete aporta a la cotidianidad su menú de pecadillos monótonos: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia (el único pecado inútil), y pereza (con razón el gato es su logotipo).
Claro que llega el momento en que los pecados -incluido sí fornicar- se retiran de nosotros. Son las reglas del juego.
Pasar la página de un libro tiene su indudable encanto. Sobre todo si al doblar la página sabremos quién fue el traidor. O el infiel.
La cotidianidad ofrece siempre el milagro del cine: un chorro de luz que reencarna en gente al tropezar contra una pared.
En acción de gracias por los servicios prestados, deberíamos invitar a un asado a la cama, la mesa de comedor, la biblioteca. O al espejo que nos recuerda lo fugaces que somos.
La llave que obra la magia de permitirnos entrar y salir de nuestro cambuche merece un bolero. ¿Y qué tal la ventana que "siempre está mirando hacia afuera", como decía una niña?
No me desvelan las leyes de la inercia o de la gravedad, pero aprovecho el glorioso descubrimiento del clip y agradezco el invento del pararrayos que quién sabe de cuántas muertes seguras me ha salvado. Celebro la reproducción de una partida de ajedrez donde hay tanta belleza como en una rosa.
Un cocuyo, central hidroeléctrica en miniatura, nos hace grato el tiempo que dura su esplendor.
Hay verbos que andan sueltos. Por practicarlos no hay que tributar: ver, oír, oler, gustar y palpar. Si le agregamos sustantivos como perdón y olvido, redondeamos mejor la faena.
A disfrutar la cotidianidad en 2015 y durante el resto de años que nos queden.
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