Ricardo Correa


El pasado sábado supimos los colombianos que el Gobierno y las Farc habían llegado a una segunda versión del acuerdo de paz. Dos días después se hizo público el nuevo texto, que incluye un muy buen número de cambios con base en las más de cuatrocientas objeciones y reparos que los promotores del no al plebiscito habían presentado al gobierno en los días que siguieron al dos de octubre. Para llegar a este nuevo resultado todos los actores involucrados - gobierno, oposición y Farc, emprendieron arduas negociaciones y mucho antes de lo que cualquiera hubiera imaginado salió un nuevo acuerdo de paz.
Luego de cuarenta días el país pasó de estar en una sin salida que comprometía gravemente su futuro a tener en sus manos la posibilidad, por segunda vez, de terminar la guerra con las Farc. Sin duda, los tres actores claves del proceso hicieron aportes valiosos para que podamos tener nuevamente, con fundamento, esperanza de que haya paz.
Es muy temprano para tener una evaluación exhaustiva de todos los cambios hechos, pues el texto original fue modificado prácticamente en todas sus páginas. Sin embargo, todo parece indicar que las reformas acometidas cumplen su propósito de atender los llamados de atención de la oposición al primer acuerdo, al mismo tiempo que se conserva el espíritu y la estructura básica de lo convenido en un principio.
Lo logrado en esta maratón sin pausa de cuarenta días y la manera como se llegó a este nuevo acuerdo no fue atisbado por nadie, ningún analista pudo preverlo, escapó a los escenarios planteados una vez se impuso el No en las urnas.
Con este nuevo acuerdo quedó totalmente clara la intención de las Farc de abandonar la lucha armada. Nunca habían negociado con tanta celeridad y facilidad. A los ojos del mundo entero será muy difícil justificar una eventual ruptura y una nueva cruzada militar contra la insurgencia. Nadie lo entendería.
Ante el temor que pueden sentir Gobierno y guerrilla de someter el nuevo acuerdo a un nuevo plebiscito, más aun teniendo como espejo las pasadas elecciones de Estados Unidos, lo más probable es que la implementación jurídica de lo pactado llegue por el Congreso de la República, con un posterior examen constitucional por parte de la Corte Constitucional. Este movimiento cambia en gran medida los roles de los actores políticos, pues el escenario de consenso o confrontación es ya otro. Y con seguridad, en el Congreso el Gobierno tendrá más margen de maniobra para confirmar lo pactado en La Habana; además, por el lado de las altas cortes, especialmente de la constitucional, sería poco probable que se echara a perder esta tangible posibilidad de paz.
Mirado en retrospectiva, el plebiscito pudo haber tenido un propósito: que afloraran los sentimientos respecto al sensible y difícil asunto de la guerra de medio siglo que el país padeció. Una especie de catarsis. Luego, el triunfo del No nos puso a todos sin excepción a mirar que seguía para adelante, más allá de lo ya vivido. Y también pareciera que se decantó el ánimo de la nación, permitiéndonos una segunda oportunidad para un pacto de paz.
El nuevo texto implica cesiones de todos los involucrados. Por ejemplo en el tema de justicia las Farc aceptaron restricciones más gravosas que las iniciales y el Gobierno aceptó modificar la estructura institucional y jurídica que diseñó en esta materia. Falta esperar si los voceros de la oposición se consideran satisfechos con las modificaciones, que si bien no son copia textual de sus demandas, sí acogen en cierta proporción sus inquietudes.
El país está más reposado, más tranquilo. Hay un mejor ambiente para dar el paso siguiente. El camino para hacer realidad este pacto de paz no será el que inicialmente nos prefiguramos, será un poco más ordinario. Pero la paz es terca en este momento y se quiere colar por donde pueda hacerlo. Es el momento de permitírselo.
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