Ricardo Correa


Sería mejor decir que llegaron los días. El próximo lunes 26 se firmará el “Acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera” por parte del presidente de la República y el comandante de las Farc, y el domingo dos de octubre se realizará el plebiscito popular que lo confirmará. No cabe duda de que estos dos eventos serán históricos, pues cerrarán un capítulo doloroso y largo de la vida nacional. A la fecha de hoy, todo parece indicar que el sí será mayoritario en el plebiscito, la proyección es de un 70 % por el sí y un 30 % por el no.
Desde el mismo 24 de agosto pasado, fecha de la presentación en La Habana del Acuerdo Final por parte del gobierno y la guerrilla, se despertó con fuerza un gran entusiasmo de apoyo al pacto alcanzado, y pareciera que las dudas y temores se han disipado. Siempre hubo un sector de la población respaldando el proceso de negociación, otro indeciso y uno en franca oposición. En las últimas cuatro semanas las voces de respaldo al Acuerdo Final han crecido vertiginosamente y su manifestación es vigorosa en los medios de comunicación, muy especialmente en las redes sociales. Por su parte, columnistas, líderes de opinión y personajes públicos que han sido críticos con las negociaciones, se han decidido por el apoyo al acuerdo logrado. En resumen, los vientos son favorables para el fin de la guerra interna. Y este ambiente será reforzado el próximo lunes, pues la firma del Acuerdo en Cartagena dará un impulso adicional a la campaña por el sí en el plebiscito, como una ola creciente que llegará a su cresta el domingo dos de octubre. El camino está despejado y el sí será mayoritario.
En medio de este ambiente hay dos fenómenos sobre los que es preciso llamar la atención. El primero es el rebosante entusiasmo y optimismo que se vive en este momento. Sin duda, lo mejor que nos puede pasar es dejar atrás la guerra. Basta con hacer un inventario de su legado para saber que de ahí hay que salir. Ahora bien, lo que va a pasar es solo eso. No es más y no es menos. El tres de octubre amaneceremos con todos los problemas que hoy tenemos como sociedad, bueno, sin el más horroroso: una muy buena tajada de violencia.
Queda por delante una colosal tarea: traducir en hechos el Acuerdo Final, ejecutar el listado de tareas que se deben acometer para que la paz quede bien hecha. Es un trabajo que compromete a todo el mundo: al Estado, las Farc y toda la sociedad. Llevar a feliz término lo pactado durará por lo menos diez años. Todo el entusiasmo y jolgorio de estos días y de los por venir será en vano si los compromisos no se honran. Mucho trabajo humano y un monto muy elevado de recursos serán necesarios. Por el bien del país y en el espíritu de construir una sociedad mejor, hay que cumplir.
El segundo tema a mirar con cuidado se refiere a la atención que se debe prestar a quienes no han apoyado el proceso de paz y que votarán el no en el plebiscito. Más que entablar un debate político y jurídico respecto a los reparos que tienen los opositores a esta paz acordada, es preciso atender el sentimiento de esta parte de la población. Desatenderlo sería negligente. En el sentir de estas personas, el cual varía en intensidad, hay desconfianza, molestia, enojo, resentimiento, rabia, y en ocasiones odio. Hay que tener respeto por quienes así sienten, y más que eso: tener en profunda consideración sus opiniones. Una muy juiciosa aplicación de los acuerdos, sensible a esas opiniones, a ese sentir, puede ser lo mejor para todos.
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