Ricardo Correa


Es conocida por todos la parábola del hijo pródigo que Jesús contó en alguna ocasión, según la cual un hombre próspero que tenía dos hijos procedió a darle la parte de la herencia al menor, ante las exigencias de éste. El joven partió a tierras lejanas y derrochó hasta el último centavo, quedando en la penuria y padeciendo hambre. Movido por la necesidad regresó a la propiedad de su padre con la esperanza de que este lo recibiera, así fuera como a un peón más. Al verlo de regreso, el padre se alegró enormemente y lo acogió con los brazos abiertos y una celebración. A su vez, el hermano mayor se enfadó demasiado, pues consideró injusto el recibimiento y la celebración, a lo que el padre le respondió: “Hijo mío, tú siempre estás conmigo, y todo lo que tengo es tuyo. Pero había que celebrar esto con un banquete y alegrarnos, porque tu hermano, que estaba muerto, ha vuelto a vivir; se había perdido y lo hemos encontrado”.
Este pasado domingo la mitad de los votantes y unos pocos más decidieron no recibir a ese hijo pródigo, y unos pocos menos de la mitad opinaron que sí se le debía recibir. Pero como las reglas de la democracia son claras, no pudo regresar. Y en esas estamos.
Dos razones básicas expusieron los abanderados del no para oponerse a la ratificación del Acuerdo Final: lo que les pareció condescendencia en las sanciones que se aplicarían a responsables de delitos graves y la posibilidad de que estas personas llegaran a cargos de representación política. Cabe decir, que el veto era prácticamente para las figuras más representativas de la guerrilla.
Dado que la campaña del no se montó sobre la premisa de querer la paz, pero no el acuerdo logrado, una vez se conocieron los resultados del plebiscito quedamos ante una situación bien particular: los más virulentos enemigos del proceso de paz, ahora hacen votos para que no se acabe.
Ni el Presidente Santos, ni Uribe, ni las Farc quieren que el proceso de paz se termine. Todos quieren que se firme un acuerdo. Este es un buen inicio. Para el Gobierno y las Farc el acuerdo que firmaron es adecuado, pero para Uribe no. Será una extraña negociación la que viene: Gobierno y Farc defendiendo el acuerdo y Uribe señalando lo que no acepta.
Si de verdad se quiere salvar la paz negociada con las Farc, y de paso abrir la puerta al Eln, todos tendrán que ceder en sus posiciones y encontrar un punto que los reúna. Hay dos elementos centrales en discusión: encontrar una fórmula alternativa de sanción para quienes voluntariamente acudan al sistema de reconocimiento de verdad y responsabilidad y confiesen sus graves crímenes, que sea más severa que la que establece el acuerdo, pero a lo mejor no tanto como lo han pretendido los abanderados del no. En elegibilidad política, tal vez sean las Farc quienes deberán modificar sus pretensiones, lo cual no es poca cosa, y resignar las aspiraciones de sus líderes de ir ellos mismos al Congreso y ocupar otros cargos. El Gobierno tendrá la muy difícil tarea de llevar de la mano a las Farc a las reformas del Acuerdo Final.
Hay una gran urgencia para encontrar soluciones. Sin embargo, es preciso advertir que el proceso para llegar a ellas es tremendamente duro, y no se resolverá de un día para otro. Tenemos que prepararnos para un período de mucha tensión y de un trabajo otra vez largo y dispendioso para recomponerlo todo.
El hijo pródigo quiere regresar, no lo hagamos esperar.
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