Todo ha sido revuelo desde el pasado 2 de octubre. Después del milimétrico triunfo del no en el plebiscito, todas las fuerzas políticas y sociales entraron en un vigoroso movimiento, cada uno procurando rescatar o apuntalar sus intereses. Gobierno y aliados del proceso de paz buscan fórmulas que permitan salvar el Acuerdo Final, ya firmado, así toque hacerle algunos ajustes y reformas. La oposición promotora del no, una vez asimiló la gran sorpresa que representó su victoria electoral, ha empezado a realizar sus propuestas de reformas, unas más radicales que otras, unas viables y otras inviables. Las Farc, por su parte, con seguridad, han sostenido largas jornadas de debate para saber cómo moverse en este escenario impensado hasta el mismo día del plebiscito.
En medio de este tenso pulso político, de una importancia colosal para el país, surgió un cuarto actor en escena, que en la medida en que se sostenga y crezca ejercerá una muy conveniente y necesaria presión sobre los que se sientan a la mesa en esta nueva negociación. Ese cuarto actor es la ciudadanía en movimiento. Espontáneamente, surgieron y se organizaron rápidamente personas comunes y corrientes, que se juntaron, que formaron grupos cada vez más grandes, para pedir que no se rompa el proceso de paz y que con prontitud las partes involucradas directamente en esta nueva negociación logren las modificaciones necesarias para que, sin tardanza, tengamos un nuevo acuerdo: la Plaza de Bolívar de Bogotá llena en varias ocasiones, las marchas por todo el país, las manifestaciones, la actividad en las redes sociales, los que llegaron a la capital desde diversas regiones del país, los arhuacos, los paeces y un sinnúmero de comunidades se han manifestado. No me cabe la menor duda de que si este movimiento ciudadano se mantiene firme y crece, ejercerá una presión definitiva para lograr el cometido de dejar cerrado, por fin, el Acuerdo Final con las Farc y abrir caminos de esperanza para el proceso con el Eln.
No es fácil sostener este esfuerzo ciudadano, es dispendiosa la organización de todos los eventos y manifestaciones; además, las personas tienen todo un cúmulo de obligaciones diarias esperando en la casa y el trabajo. Sin embargo, el poder que puede llegar a desarrollar este cuarto actor es enorme, de tal magnitud que sin duda mueva a los políticos, incluidas las Farc como políticos, a transar un nuevo pacto.
Alrededor del mundo son muchos los ejemplos de ciudadanías activas que han logrado sacar adelante sus demandas, así después llegaran frustraciones. Toda la Primavera Árabe que sacó del poder a déspotas y tiranos, la emancipación de Ucrania del yugo ruso conocida como la Revolución Naranja, los indignados de aquí y allá. Hay pruebas de que sí se puede incidir en este trance histórico que vivimos. Y no sobra decir que los universitarios son fundamentales para el triunfo del poder ciudadano.
Los políticos son sensibles a estos fenómenos cuando sobrepasan ciertos límites, por eso hay que fortalecer el movimiento ciudadano hasta niveles que no hayamos conocido. Tarea difícil pero posible.
Ya están sobre la mesa las objeciones concretas al Acuerdo Final firmado por el Gobierno y las Farc, y también las propuestas de reforma. Algunas posibles de tramitar y otras que, de aceptarse, desbaratarían lo logrado en cuatro años de negociación e incluso minarían leyes y políticas que venían aplicándose desde antes, en beneficio de millones de personas víctimas de la guerra y el despojo.
El nuevo acuerdo es viable, es una obligación lograrlo. Quien se oponga a un pacto sensato y razonable cargará con la responsabilidad de su egoísmo y codicia. ¡Acuerdo de paz ya!
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