Ricardo Correa


Francis Underwood es el presidente de Estados Unidos, llegó a este cargo usando medios criminales e inmorales. Y parece que se quedará un buen tiempo en la oficina oval. Su esposa Claire es la compañera perfecta del presidente: despiadada y fría, calculadora y desalmada. La carrera de esta pareja en el ascenso al poder incluye en su lista de fechorías asesinatos, tumbar un presidente mediante un complot bien urdido, uso temerario de los poderes del gobierno en el terreno internacional y manipulación diaria de las personas como si fueran objetos desechables. Todo esto en medio de un matrimonio bizarro y enfermizo, donde a veces son cómplices y a veces enemigos a muerte. En esta esquizofrénica relación llegan incluso a postularse como fórmula presidencial para las elecciones de su país.
Este es un apretado resumen de la trama de la serie “House of Cards”, la cual es presentada por Netflix, el servicio de películas y series televisadas que tanto auge ha tenido en los últimos años. Los esposos Underwood son representados magistralmente por el gran actor Kevin Spacey y Robin Wright.
¿Ficción? No. Solo un espejo de la realidad.
Realidad que se manifiesta en todas partes del mundo. En unos lugares más que en otros. Porque la política y el poder en la sociedad todavía se ejercen de esta manera, que si bien es algo mejor que los métodos de la antigüedad o la Edad Media, no son lo evolucionados y refinados que muchas veces creemos.
Con excepciones heroicas, a la política llega lo peor de la sociedad, o por lo menos mucho más malo de lo que se nos pregona. No es el bien común y la filantropía lo que motiva a los políticos, es su infinita ambición de poder. Muchos de ellos son sociópatas como los Underwood. Para prosperar en un medio enfermo y despiadado, se requiere ser enfermo y despiadado.
Dos ejemplos cercanos: El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, quien fue a la guerra para derrocar a un corrupto dictador, terminó convertido en otro corrupto dictador. Ahora, como en la película, quiere que su esposa sea su vicepresidenta. Los esposos Néstor y Cristina Kirchner gobernaron Argentina por tres períodos seguidos, al final se hizo más que evidente su ejercicio criminal del poder.
Colombia se destaca como réplica sobresaliente de House of Cards. De arriba abajo, nuestra política ha sido conducida por personas mezquinas, tramposas, corruptas y en ocasiones criminales. Nada de lo que sucede en la serie televisiva les es ajeno, incluso van mucho más allá. Así escalan hasta llegar a ser congresistas, ministros, vicepresidentes y presidentes. También alcaldes, gobernadores, concejales y diputados. Toda la estructura está montada para que sea así. Lo peor, es que así seguirá por un buen tiempo. Es la esencia de esta actividad, de la política. Por lo menos aquí.
Lo que tenemos no es bueno. ¿Cómo cambiarlo? No hay fórmula mágica. Tal vez debemos empezar por no hacernos muchas expectativas y sospechar del discurso que promete el cielo en la tierra. También apoyando a los pocos que puedan ser distintos, que los hay.
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Estamos en un momento de tremenda importancia para nuestra sociedad y nuestras vidas, con la posibilidad de decidir cómo vamos a vivir de aquí en adelante, de dejar atrás la estupidez y el sufrimiento de una buena parte de nuestra violencia. Para optar por el mejor camino es preciso hacer un ejercicio profundo de conciencia, cada uno en su intimidad. Una guía para nuestra reflexión pueden ser las palabras del sacerdote jesuita Francisco de Roux, un hombre superior: “Lo que está en juego no es el futuro del presidente Santos, ni el futuro político del expresidente Uribe, ni el futuro del Eln, ni el futuro de las Farc, sino la posibilidad de que podamos vivir como seres humanos”.
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