Ricardo Correa


Un argumento que ha sido presentado desde hace un buen tiempo por los más duros opositores al proceso de paz entre el Gobierno Nacional y las Farc, y ahora al Acuerdo General alcanzado entre estos, es de que con lo pactado el país se le está entregando al castrochavismo y que a la vuelta de la esquina nuestra situación será tan trágica como lo es hoy la venezolana.
Quien esté plenamente convencido de esa premonición, no prestará atención a ningún argumento que demuestre su improbabilidad. Adicionalmente, sufrirá mucho, pues en todo verá la realización o llegada de la tragedia anunciada. Pero a quien solo la contempla como una incierta posibilidad, que con razón tendría que causar preocupación, se le puede decir que duerma tranquilo, que a causa del acuerdo de paz no llegará ni el Comunismo ni el Socialismo del Siglo XXI a Colombia.
La pesadilla se resume así: al llegar las Farc a la política y poder participar en elecciones, conquistarán el poder, arrasarán con la democracia, la economía de mercado y las libertades públicas, para así instaurar un régimen despótico que siga la senda de la Venezuela de los últimos quince años. No cabe duda: una pesadilla horrible.
Pero es improbable que esto llegue a suceder. Los contextos históricos de la llegada de Chávez al poder en el vecino país y la llegada de las Farc a la política son radicalmente diferentes, y esto lo define todo. La historia pública de Chávez comienza con el intento de golpe militar en 1992 al presidente Carlos Andrés Pérez, lo cual le da cierto prestigio de abanderado contra un régimen político y social en tremenda decadencia. Es encarcelado por dos años hasta que en 1994 Rafael Caldera le otorga una amnistía, más con el ánimo de golpear a su eterno rival, el expresidente Pérez, que por motivos de Estado. Ya en libertad, todo estaba servido para que llegara al poder. Desde su misma salida de la cárcel sus posibilidades de hacerse con la presidencia eran altas. Tenía una autopista construida para él solo. Prácticamente no tuvo rival en las elecciones de 1998 y se hizo también al legislativo. Además, siempre ocultó y negó su fuerte orientación ideológica. Lo demás es historia conocida: despotismo, populismo, corrupción, opresión y ruina.
Las Farc llegarán a la política en condiciones radicalmente diferentes a las de Chávez. Cargan con un desprestigio enorme a causa de décadas de cometer un sinnúmero de delitos de gravedad y de haber ejercido un poder con violencia y despotismo en muchas regiones. Están alejadas de la realidad de un país muy diferente al que ellos imaginan que existe y se presentan con las cartas destapadas respecto a su orientación ideológica de izquierda dura y radical. Su apoyo en las urnas es difícil que supere el 3 %. Una ínfima minoría de los que votarán por el sí en el plebiscito contempla votar por las Farc en el futuro. Además, habrá otras fuerzas de izquierda con las que tendrán que competir, que no les van a regalar los votos.
La Colombia de hoy no es la Venezuela de hace quince años, y menos la Cuba de Batista. En medio de todas las dificultades existentes, hay una construcción institucional con cierta solidez que no se derrumbará en un día.
Ahora bien, la entrada de las Farc a la política puede generar una alerta conveniente, para que otras fuerzas políticas hagan mejores ofertas a la ciudadanía y tengan un mejor comportamiento en el ejercicio del poder público.
Las Farc serán marcadamente minoritarias en el Congreso y en los cargos de representación política, de eso no hay duda. Y será completamente imposible que logren la presidencia. Por esto, su presencia no debe asustar. En Europa son muchos los países que albergan en sus parlamentos partidos comunistas, como corresponde a una democracia, y nada grave ha pasado. Además, también sin duda, el ejercicio real de funciones estatales producirá una transformación en ellos.
En resumen, por cuenta del acuerdo de paz final que se va a confirmar el 2 de octubre no llegará el Castrochavismo, que dicho sea de paso pronto pasará a la historia. Podemos estar completamente tranquilos.
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