Andrés Hurtado


Antes de abandonar Palermo teníamos que visitar su fabuloso Teatro Massimo. Es, en tamaño, el tercer palacio de la ópera en Europa después del de París y el de Viena. Ni siquiera el publicitado y archifamoso Scala de Milán le supera en tamaño. Adornan y sostienen la fachada seis soberbias columnas, corintias si la memoria no me falla, lo que le confiere un aspecto de templo griego y pertenece, desde luego, al estilo neoclásico. Dos leones de bronce a cada lado vigilan la escalinata de entrada. Me dicen que la forma de herradura confiere a la sala una acústica perfecta y que tiene 1.300 sillas. También nos dice el guía que aquí se estrenó en 1897 la ópera Falstaff, la última que compuso Verdi. Sin embargo eso mismo dicen en la Scala de Milán. Frente al teatro han erigido, precisamente, una estatua de Giusepi Verdi. Este teatro nos siguen diciendo, es cinematográficamente famoso porque en su gradería mataron de varios disparos a Mary Corleone, en un atentado que iba dirigido a su padre. Ello ocurrió en “El Padrino III”.
Y con pesar abandonamos Palermo pues no disponíamos de más tiempo y nos dirigimos al vecino pueblo de Monreale, situado a escasos tres kilómetros. En el camino nos iban diciendo que la catedral de Monreale es la cumbre del arte árabe normando en el mundo. Estábamos, pues, ya expectantes. Y, “mamma mía”, como dicen los italianos, vaya si lo es en toda belleza y ponderación. El guía nos dice que la mandó construir en el siglo XII el rey de Sicilia, Guillermo II. Los mosaicos dorados del interior con escenas del Antiguo Testamento son espléndidos. El claustro anexo tiene 230 columnas. Un templo así no podría ser otra cosa que Patrimonio de la Humanidad.
No podemos abandonar la región de Palermo sin hablar de su famosa mafia. Es “vox populi” que no se puede pensar en Palermo sin evocar “la cosa nostra” cuya sombra se extiende todavía sobre la región, más sofisticada, callada y menos asesina, pero con tentáculos en diversas regiones de Sicilia, de Italia y del mundo. En su origen, me comenta Iván Gioia nuestro magnífico y munífico anfitrión, era una sociedad que impartía justicia y protegía a viudas y huérfanos. Sus hombres se llamaban mafiosos o sea “Hombres de honor”. Con el tiempo la mafia se convirtió en organización criminal que tenía y tiene códigos muy severos y uno de ellos es “la omertá” o sea la ley del silencio. Se sabe que la mafia no perdona. Hoy utilizamos el mismo nombre para señalar a grupos bien organizados de diversas modalidades del crimen, como en nuestro caso, las mafias del narcotráfico. En tiempos del fascismo Mussolini nombró a Cesare Mori, policía implacable, para que persiguiera la mafia siciliana. Mori, llamado “el prefecto de hierro”, con métodos nada convencionales propinó contundentes golpes a la organización y obligó a muchos de sus miembros a emigrar y este es el origen de la poderosa mafia gringa, uno de cuyos jefes más conocidos fue Joseph Bonnano apodado Joe Banano. Sobre la mafia norteamericana escribió Mario Puzo su conocida novela El Padrino. Se dijo en su momento que Berlusconi buscó ayuda de “la cosa nostra” para fundar su partido “Forza Italia”, pero no hay evidencia clara de esta alianza, aunque de este nada escrupuloso político todo puede esperarse. La otra mafia
famosa es “la camorra”, que tiene su centro en la región de Nápoles. Actualmente controla todo el negocio de la droga en el sur de Italia.
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