Andrés Hurtado

El área arqueológica de Siracusa es inmensa. La visitamos y solo hablaré de algunos de los vestigios. Comenzamos por el Museo Arqueológico Regional, uno de los más ricos de Italia. Alberga piezas que van desde la Prehistoria hasta el período Paleocristiano. La joya de Siracusa es su teatro griego construido en el siglo V antes de Cristo por el arquitecto Damacopos y que es uno de los más grandes que nos dejaron los griegos y se correspondía con la importancia de Siracusa, ciudad clave para el imperio romano porque era la despensa de granos de Roma. Cicerón visitó a Siracusa y la llamó: “La más grande ciudad griega y la más hermosa”. Hoy el gran orador diría lo mismo. En el teatro que originariamente tenía 67 filas de asientos y hoy 46 se estrenó la tragedia “Los Persas” de Esquilo, el primero de los tres grandes dramaturgos griegos. Si Atenas fue la madre de la tragedia griega, Siracusa lo fue de la comedia.
Se considera a Epicarmo, nacido en Megara, Sicilia, como el padre de la comedia, incluso anterior a Aristófanes. Sus obras versaban sobre leyendas mitológicas, como Ulises, Hércules, los Cíclopes y se representaron en el teatro de Siracusa. La historia dice que Platón pronunció en este teatro un memorable discurso sobre la República, hecho que agradó poco al tirano de turno. La ciudad fue gobernada por una serie de tiranos que la llevaron a su máximo esplendor. Este sistema de gobierno se vino al suelo cuando los romanos tomaron la ciudad en el año 212 antes de Cristo. Los grandes trágicos griegos presentaron aquí sus obras: Esquilo, Los Persas como ya dijimos, Sófocles, Ayax y Eurípides, Fedra. Y durante mi visita a Siracusa estaban presentando Fedra y anunciaban Edipo de Sófocles.
Recorriendo las graderías del teatro de Siracusa me fue imposible no pensar en el Epidauro, el más famoso de los teatros griegos, ubicado en la Argólida y que tiene capacidad para 14.000 espectadores. La vida me permitirá visitar una vez más el Epidauro y “la clínica” anexa de Asclepios, este mes de junio de 2016.
Para mi cámara fotográfica y para mis ojos este teatro igual que el de Taormina tuvo su pequeño desencanto. Una parte de las graderías de piedra estaba cubierta por asientos de madera para evitar el desgaste de los asientos originales. Mi visita a Sicilia fue en verano, época de las presentaciones de las tragedias griegas y por eso las graderías estaban protegidas.
Tuvo la desgracia este teatro la misma que tuvieron otros escenarios sagrados de la antigüedad; que bárbaros destruyeran alguna de sus partes para aprovechar las piedras para otras construcciones. Así ocurrió con muchos templos del antiguo Egipto y con las construcciones venerandas de la Acrópolis de Atenas para recordar solo unos ejemplos de por sí paradigmáticos. Y fue Carlos V el que destruyó parte de las graderías del teatro de Siracusa. Narrando aquí este viaje para LA PATRIA siento todavía la emoción para cuya descripción no encuentro los epítetos apropiados, y que sentí cuando en la parte alta del teatro, detrás de las últimas graderías visitamos el Ninfeo, una gruta en cuyo interior mana una fuente que formaba parte del sistema hídrico del teatro. Todavía mana el agua, qué emoción. La misma agua que bebieron seguramente Esquilo, Sófocles y Eurípides y los siracusanos de esos siglos VI y V antes de Cristo y que yo, reverente, bebí. De nuevo tuve la suerte de encontrar los escenarios casi vacíos; el intenso calor veraniego asusta a los turistas.
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