Andrés Hurtado


Terminado el relato de este maravilloso recorrido por Puglia, el tacón de la bota italiana, quiero recordar qué me dejó este viaje. Primero que todo el incontenible placer de la contemplación del arte, y empleo el adjetivo incontenible, al parecer extraño, porque no hubo momento del viaje en que no estuviéramos en permanente contacto con el arte, primero con el apasionante arte clásico de griegos y romanos, sobreviviente en las reliquias que de ellos quedan. Después con la absoluta simplicidad y belleza del arte románico de los siglos XII y XIII, presente en muchas iglesias, maravillosamente bien conservadas. No faltaron el arte bizantino y el gótico y sobre todo el esplendoroso y no cargante estilo barroco de iglesias y palacios.
A todas estas modalidades del arte, se unió otra, austera, maciza, el arte de los castillos, austera digo porque se trata de castillos defensivos y no de palacios.
Al arte de los humanos se une la belleza de la Naturaleza, representada fundamentalmente en dos manifestaciones: el campo y las playas. La eglógica belleza de los mares verdes de viñedos, de los sembrados de frutas y de los olivares es inolvidable.
El fenómeno kárstico le ha regalado a la Puglia, especialmente en su costa adriática, playas y sobre todo rocas y grutas, quizás las más hermosas del Mediterráneo.
Para mí hubo otro detalle curioso, el haberme acercado a la vida apasionante, extraña, loca y constructiva de Federico II. Constructiva porque dejó castillos por doquiera. Nos contaban una de sus locuras. Él decía que el hombre aprendía el lenguaje, él solito, sin que nadie se lo enseñara. Y que el lenguaje así aprendido de todos los seres humanos es el hebreo. Así, pues, aisló a un niño con orden de que nadie le hablara, con el fin de comprobar su peregrina teoría, que falló en definitiva porque las compadecidas nodrizas, sin que el rey se diera cuenta, le enseñaron a hablar y no propiamente en hebreo. Las locuras de este monarca son realmente apasionantes.
La amabilidad de la gente es otro rasgo que debo comentar. El país es tranquilo, nunca nos dijeron que anduviéramos con cuidado porque, aunque puede haber problemas como en todas partes, el peligro aquí realmente no existe.
La actitud de las personas ante la comida, tan distinta a la nuestra, también me impactó y desde luego que la gozamos.
Ahora dos detalles curiosos: observador como viajero que soy y buen viajero supongo, no dejé de notar que no hay (y tampoco en los países europeos) esa proliferación de iglesias y sectas de garaje y de esquina que entre nosotros pululan y se multiplican como hongos. Tampoco vi plasmada en las paredes la tropical manía de los grafitis, que son muy divertidos cuando están en las paredes de las casas de los otros. ¿Volvería a Puglia? La pregunta es pertinente. Hay personas que gozan determinado viaje y se declaran ya satisfechos y no desearían volver. Yo sí volvería a Puglia. Me faltaron muchos pueblos, todos hermosos y sobre todo playas en el Adriático. Y no me importaría repetir pueblos y ciudades para degustar más, y más despacio el arte que encierran. El tacón de la bota italiana es una tierra de ensueño y haberla visitado se convierte en un bello sueño materializado.
¿Qué sigue ahora? Sicilia, la isla a la que los dioses del Olimpo, empujados por Hefaistos, emigraron para fundar su volcánica colonia.
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Se fue la mujer más bella de Colombia. A todos nos ha dolido su inesperada partida. Luz Marina Zuluaga era nuestro patrimonio de la belleza. Paz en tu tumba.
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