César Montoya


Lo escribió Federico Nietzsche en su libro “Así habló Zaratustra”. Se puede escarbar en la hondura filosófica de ese mensaje. Llegamos a la vida no para balancearnos en complacencias, no para degustar sabores gratos. Un sino no elegido nos ubicó sobre geografías abruptas, con ríos profundos y lodosos y montañas de piedra hostil. Vivir es enfrentamiento, maceración continua, un encarcelamiento espiritual. Al nacer la criatura estalla en gimoteos y cierra el ciclo sobre la tierra entre responsos y mares de lágrimas.
Nadie es feliz. Los que nadan entre hartazgos económicos padecen las zozobras propias del dinero. Tienen innumerables enemigos ocultos, amenazas solapadas, mayor inseguridad. El rico duerme poco, es suya una mala digestión, sufre por los movimientos cíclicos de la bolsa, lo angustian las largas estaciones de invierno o de verano, se le altera el temperamento, es explosivo y artificial.
Para el millonario el vil metal tiene tanta gravidez que todo lo acomoda a su brillo ostentoso. Es un pechugón impaciente, un doblecara que se mueve al compás de los tintineos que producen las monedas. Le teme al peligro aunque está inmerso en él. Cree que todo lo resuelve el circulante, que el dólar derrumba puertas y es signo de felicidad. Trata de vacunarse contra los imprevistos buscando falsamente una bienandanza imposible.
El hombre de la gleba acepta las contingencias como un reto. Algo más, las busca. Oscila en un calvario con diarias frustraciones pero se recupera con una inmediata resurrección. Si otros ascienden por los ascensores de los apellidos, o los privilegios de la plutocracia, el pobre lo hace escalando dificultosamente cada grada, sudando plusvalía como dijera el Mariscal Alzate.
Pero cómo es de bello conquistar, palmo a palmo, en agonías continuas, el entramado que soporta los despliegues de la ambición humana. Quien está en la lid sabe que debe apoderarse del porvenir con angurria, asaltando la fortaleza de los competidores, a mordiscos, trizando escollos. Debe tener un yo olímpico para no dejarse abatir por los que esgrimen ventajas inmerecidas. El futuro no es de los culifruncidos, sino de los guerreros que primero fueron soldados a la intemperie y después, en los campos de Marte, conquistaron las preeminencias. Ese vivir peligrosamente es un vademécum viril, un reto para encarar los obstáculos.
Se acoquinan los débiles, los que tienen la sangre aguada, los que necesitan muletas para caminar. Ciertamente la vida no es para cegatones, menos para inválidos. Es más lotería que exactitud matemática. Tampoco los irresolutos tienen hoja de ruta. Edifica el pobre que sacude las privaciones que lo asedian, que se inventa las herramientas para horadar el porvenir. Para él la vida fluye. Es un manantial de horizontes. Entiende que está inmerso en una contienda de guapos, con zancadillas y pescozones. En ese ring ganan los que no se asustan con los mazazos que reciben. Se cae muchas veces, pero hay que endurecer la vocación de combate y enfrentar, como sea, al adversario.
Gilberto Alzate no pertenecía a ninguna élite. A físicas trompadas ganó comandancias en los colegios y la universidad. Se le cerraron todas las ventanas de la política. En Caldas fue mirado como un ambicioso que había que extirpar en las justas electorales. El gobierno del sordo Urdaneta enfiló todas las baterías para eliminarlo. Contra esos terremotos que desataban sus confabulados adversarios, se sublevó como un dios de las tragedias griegas y solo El Eterno pudo abatir su procerato.
César Gaviria era un hipppie mechudo y nadaísta, no exactamente un oligarca. Con inteligencia, mucho cálculo, y una pituitaria exitosa, llegó a la Presidencia. También volvieron añicos el destino adverso Marco Fidel Suárez salido de los extramuros hambrientos de Bello, Belisario Betancur de los socavones carboníferos de Amagá, Víctor Renán Barco de la finca Santa Rita de Aguadas y Ómar Yepes Alzate de La Mina, vereda de Pijao.
Los que pertenecemos a ese mundo de las calistenias heroicas, preferimos el olor de la pólvora y no los perfumes feminoides. Somos así. Vivimos peligrosamente.
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