Alberto Gallego Estrada es un personaje. Tranquilo, conversa a sotto voce, es discreto en el vestir, cultiva un almácigo de amigos y hoy hace vida sibarítica en Marmato, su pueblo natal. Unos paisanos lo saludan con el Don, y otros, reverentes, le dicen "buenos días doctor". Maneja un humorismo muy suyo. Dice las cosas al desgaire, bailotea con los ojos, ensaya una sonrisa, mientras sus contertulios estallan en carcajadas. Pero también es el epicentro de su tierra. Ha regalado lotes para que el inacabable filón de oro no estrangule las viviendas. Pero, así mismo, tiene buenas relaciones con Jesucristo. Es piadoso, preside las procesiones de Semana Santa, da ejemplo confesándose cada ocho días y madruga a comulgar. Pero, igualmente, es fiestero. Organiza los festejos cívicos, corona la reina y regala licor para la rumba. Pero, además, marrullero y picarón, es el presidente de una cofradía bautizada con el nombre de "Los Pájaros Caídos". Son quince ciudadanos, todos de más de 80 años, que se reúnen para jugar parquet, destripar al género humano, averiguar chismes y llevar el registro, muy puntual, de las mujeres "fáciles". Este buenavida ha escrito varios libros como "Un Pueblo de Razas y Riquezas", "Riña de Gallos" y "El ojo de la Soga".
Se recorrió el mundo. Conoce todos los departamentos de Colombia. Bailó joropo en los Llanos, guabinas en Boyacá, vallenato en Valledupar y ahora atisba con envidia a los que danzan el reguetón. En Buenos Aires fue contertulio de pamperos en "Caminito", escuchó milongas y llevó flores al cementerio de la Recoleta en donde duermen los restos de Evita Perón. Ha trasegado toda Europa, desde Madrid a Moscú, de Londres a Roma. Por eso dialogar con él, es un exquisito banquete de recuerdos.
Sabe rumiar la vida. Hacia atrás mira el desfile de sus años mozos enclaustrado en las escuelas como profesor. Era drástico con los alumnos. En su época se castigaba a los indisciplinados con verbena. Cerca del plantel era cortada, la organizaba en pequeños manojos con los cuales eran zurrados los muchachos díscolos.
Es elitista. Ha seleccionado rigurosamente a sus parceros más cercanos. Miguel Giraldo Rodas ha sido su compinche porque tiene las mismas afinidades intelectuales. Cuando quiere disiparse invita el combo tanguero que maneja el abogado Jairo Castro Eusse.
Marmato es un crisol de razas. A sus breñas llegaron apellidos ingleses que se entreveraron con hermosas indígenas de piel bronceada. Se ven unas ojizarcas preciosas, espigadas como azucenas, de cuerpo cimbreante, con ojos de un verde encendido. Las mujeres de entonces fornicaron con los Eastman, Nicholls, Gartner y Cook en los recovecos de los socavones.
Marmato luce la biografía de sus hijos importantes. Tomas Ociel Eastman. Fue ministro y candidato al primer cargo de la nación. Un descendiente con su misma sangre, Jorge Mario Eastman, con entronques mineros, ejerció funciones presidenciales. Max Grillo, jurisconsulto, senador y diplomático. Alaín Lemus Reyes. El tratado de Wisconsin lleva su firma. Cuando fui diputado logré que el departamento publicara uno de los libros de Iván Cocherín. Era moreno, rostro sin pulir, cejas espesas, pelo con rizos en desorden, con un corbatín descolgado en los extremos. Era un runtano desaliñado. Su indumentaria, un relajo. Fue un vagabundo encantador.
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