César Montoya


Tres libros de la antigüedad son grandiosos por los relatos y exquisitos por su textura literaria: “La Odisea” y “La Ilíada” de Homero y “La Eneida” de Virgilio. Se incorporan, devoran y repasan, no fatigan y crece la admiración por sus manantiales de esplendor. Son épicos, intercalados con proclamas, con navegantes atrevidos que superaban tempestades, enamoradizos y aventureros, gestores de historietas inverosímiles. En este escrito haremos un breve repaso de algunas demasías imaginativas de sus autores.
En torno de Anticlea, la madre de Odiseo, se reunió un tropel de mujeres, entre ellas, Tiro. Esta se había enamorado del río Enipeo. Recorría sus orillas absorta de su caudal, se entretenía contemplando las menudas piedras que las aguas de cristal dejaban ver en el fondo del lecho, hundía la mano en la corriente y recogía en su cuenca unas gotas del líquido que, con tristeza, veía escapar por los intersticios de los dedos, admiraba el verdor de la naturaleza que lo orillaba y petrificaba el tiempo para reír y sollozar en la ribera de su amado. Poseidón, dios de quebradas y de mares, aprovechó los éxtasis de Tiro, la saturó de elixir embriagante, encrespó las olas de Enipeo para asaltar con éxito su virginidad…
El famoso caballo Clavileño, estático, sobre el cual, en fantasioso relato, don Quijote y Sancho cruzaron irreales distancias aéreas, tiene antecedente en los corceles inmortales, Janto y Balio, que en “La Ilíada” cruzan espacios siderales. Aquiles se decide entrar en combate en la Guerra de Troya, enardecido contra los teucros, viste su armadura, ajusta la grebas a sus piernas, protege su pecho de irrompible coraza, luce espada de bronce y embraza un escudo de oro. En su cabeza centellea un yelmo adornado con mechones de crines. Dice Homero que Janto, el corcel que montaba el héroe legendario, le conversaba en palabras elocuentes para vaticinarle su pronta muerte.
Escamandro fue un río mitológico. En una de aquellas batallas para conquistar a Troya, Aquiles enemigo de los teucros, debió ingresar a su corriente. De inmediato las aguas, anti-aqueas, se sublevaron y lo persiguieron primero por el cauce, y al salir huyendo por la llanura, el río, furioso, iba detrás buscando su muerte. Desesperado por el acoso, invocó la protección de Poseidón y Atenea, y estos dioses recurrieron a Hefesto, dios del fuego, para que protegiera al guerrero. El hacedor de armas bélicas, convirtió los remolinos en caldera hirviente que todo lo destruía. Fue tal su desespero que el temeroso río, convertido en incontrolable llamarada, le suplicó a Hera: “¿Por qué tu hijo maltrata mi corriente”? Esta le ordenó a Hefesto que apagara las abrasadoras llamas. Por la intervención suplicatoria de la esposa de Zeus, Escamandro pudo regresar a su estuario.
Es fabuloso el cuento sobre el Caballo de Troya que Virgilio narra con especial deleite. Epeo lo armó con maderas toscas, tan gigantesco, que pudo acomodar en su vientre al ejército aqueo para ingresarlo clandestinamente a la fortaleza del rey Príamo. Había sido imposible en diez años doblegar la resistencia de los teucros. El ingenioso ardid, a todos sorprendió. Aterrados los habitantes de Troya, vieron salir del inmenso abdomen la soldadesca enemiga que, a bayoneta calada, destruyó la ciudad.
Otras mentirillas son asombrosas. El árbol de hojas de oro, las águilas pregoneras, las gorgonas monstruos alados con cuerpo de mujer y cabello formado por serpientes, el cíclope Polifemo de un solo ojo que Odiseo hurgó, el endriago Egeón que tenía cien brazos, cien manos y cincuenta bocas, en fin, son fantasías que han entretenido a la humanidad desde milenios ha.
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