César Montoya


¿Qué ganan los que deshilachan la justicia, los que la politizan, los que la convierten en
zorra nocturna que asalta y mata aves de corral? ¿Qué los que la alaban cuando los fallos los favorecen y la desprecian si las decisiones son adversas para transformarla en desvergonzada celestina?
Los jueces son ejecutores de la voluntad divina; a cada uno da lo que merece. Son sal de la tierra. La peor desgracia de un país tiene que ver con el fomento de su descrédito, el eructo vil cuando muerden calcañares, el lenguaje de burdel para achicarles su grandeza. Insultados, calumniados, víctimas de reacciones hipócritas, tienen un poder inerme más contundente que el de unas fuerzas armadas artilladas, más sólido que un acantilado de mar. Pueden ordenar la captura del hombre más rico, o del máximo símbolo de la autoridad civil, y esa determinación, querámoslo o no, se cumple. Nada está por encima de las decisiones de los jueces.
Estas reflexiones surgen de la conducta altanera y desafiante de un partido político que busca escabeles para soslayar las aguas turbias que lo mojan, siempre lanzando improperios contra los que aplican la ley.
¿Actuaron con viscosos propósitos los jueces que condenaron a Bernardo Moreno y Alberto Velásquez, ambos secretarios generales de Palacio, inmiscuidos en chuzadas indignas, en trampas solapadas para buscar argumentos contra los magistrados de la H. Corte Suprema de
Justicia?
¿Obró bien Luis Carlos Restrepo, alto comisionado para la paz, cuando hizo un montaje mentiroso para mostrarle al país la entrega de unos subversivos que no lo eran, solo para buscar relumbre a su cacareada eficacia?
¿Las trapisondas de Andrés Felipe Arias, ministro de Agricultura, merecen respaldo de la opinión, cuando para ponerle piso a una ilusoria candidatura para la presidencia, se inventó Agro Ingreso Seguro, mampara que utilizó para favorecer a los ricos?
¿Quién alaba el mercadeo impúdico protagonizado por los ministros Sabas Pretelt y Diego Palacio que hicieron un cambalache de oferta y demanda con las conciencias bobaliconas de los parlamentarios Teodolindo Avendaño y Yidis Medina?
¿Se equivocaron los jueces cuando sancionaron por concierto para delinquir y homicidio a Jorge Noguera, director del DAS compinche de asesinos?
¿Absolver a María del Pilar Hurtado, también directora del DAS, comodín de una pandilla que, desde el palacio presidencial, perseguía a los contradictores del autócrata?
¿Aplaudir el trasiego de Luis Alfonso Hoyos ya sancionado por decisión unánime del Consejo de Estado por conducta dolosa cometida cuando era senador y ahora como autor intelectual de unos delitos que por su instigación cometió un señor Sepúlveda?
¿Solidarizarse con el cartel del crimen dirigido por una cuñada y sobrina del presidente, hoy encarceladas en los EE.UU.?
¿Pasar por alto el recorrido torcido de los generales Mauricio Santoyo y Flavio Buitrago, truchimanes corruptos, el primero engrillado por la justicia de los EE.UU. y el segundo por los magistrados de Colombia, por sus vínculos con la droga y otros hechos que el Código Penal castiga, ambos edecanes de Uribe cuando era presidente?
¿Protestar por la condena de Mario Uribe, primo del jefe de Estado, por sus comprobados nexos delictuales con la guerrilla?
¿Organizar asonadas contra los jueces porque han encarcelado a Santiago Uribe, hermano del poderoso, posiblemente coordinador de los horrendos crímines cometidos por “los doce apóstoles”?
¿Bendecir como buenos los negocios que por diez años tuvieron los jóvenes Uribe Moreno con un mafioso que se movía en los barrizales del delito?
¿Qué quieren? ¿Una justicia maniquea, comadrona silenciosa de alarmante delincuencia?
Por fortuna, aún tenemos guardián de la heredad.
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