César Montoya


Hay que entender la política como un servicio social. Quienes la ejercen cumplen una labor sacerdotal, le incrustan valores espirituales, la ritualizan como ruta salvadora de la sociedad. No es fácil ejercerla. Desde siempre una jauría crítica desvalora a quienes la ofician, descalificándolos como abominables manipuladores de opinión. Aquí y allá ellos vociferan, los tildan de corruptos, y concitan el repudio a su labor evangélica. Los que alzan el látigo, improvisan balcones para zaherirlos con prosas pendencieras y les clavan arponazos de ignominia.
Gilberto Alzate, con fino humor, definió el político como un técnico en ideas generales. Es difícil trascender. Ese muchacho revoltoso en el colegio, después díscolo y buscapleitos cuando busca profesionalizarse, que agota horas en lecturas y se enclaustra devorando libros mientras sus coetáneos hacen parrandas y enamoran, construye un sólido porvenir. Desplaza émulos y se jerarquiza como líder.
Aburren los que barruntan páginas autobiográficas. Pero ¿por qué no contar los noviciados pedagógicos que nos impulsó como oradores de piedra y cielo en aquellas distantes épocas de nuestra vida universitaria? Todos los sábados, de madrugada, Carlos Holmes Trujillo, hoy en la eternidad, Jorge Mario Eatsman y el autor de esta columna, nos hundíamos en las breñas del Cerro Monserrate de Bogotá a expandir el pulmón en la soledad de esa espesura, regodeándonos con el eco sonoro de nuestras gargantas. Improvisábamos temas para excitar la imaginación, obligándola a rebuscar logomaquias para llenar el tiempo acordado a cada intervención. Ese era un romanticismo candoroso, mejor, una academia.
Lo que se escribe debe tener aplicación concreta. El Partido Conservador de Caldas está descuartizado. Tienen caudas diminutas Mauricio Londoño, Luis Emilio Sierra, Arturo Yepes, Jorge Hernán Mesa yÓmar Yepes. Cada quien trabaja su mínima parcela. Son dinámicos Silvio Ríos, Ómar Reina y los Yepes. Visitan municipios, se internan en las veredas, reúnen copartidarios en los barrios de Manizales y en la medida de sus modestas posibilidades burocráticas, hacen favores. Los demás especulan, descansan, yantan en las pesebreras del Estado, inventan cábalas ilusorias y estiran el tiempo para no afrontar sus compromisos con el pueblo. Son unos paquidermos. Quienes por razones múltiples nada esperamos de los gobiernos, los que relativamente estamos al margen de las contiendas, nos queda ¡con insólito vigor! independencia crítica, voz y pluma para estar ahí, aportándole un perseverante servicio civil al partido, vigilando sus trincheras, sacudiendo conciencias y predicando afirmatividades impostergables.
Me conmovió el llamado que hizo el exsenador Mario Arias Gómez a la unidad en el homenaje que se le rindió en Manizales a Efraín Cepeda, cuyo volumen de votos lo ha convertido en uno de los grandes barones del partido. Cundió el mensaje: Podemos salvarnos si nos unimos.
Las matemáticas son persuasivas: Ninguna de las minorías recopilará los sufragios necesarios para un holgado renglón en la Cámara y solo el entendimiento entre los diversos grupillos abrirá horizontes para llevar al Congreso un parlamentario. ¿Un parlamentario, nada más? Qué desafortunado presente el de nuestra colectividad que hace pocos años copaba un número plural de curules. Hoy somos una lánguida fuerza destrozada por ambiciones contrapuestas, más los mordiscos de otros movimientos que extenuaron nuestra riqueza electoral.
Nos acosan los desengaños. Retrocedemos en entusiasmos y cada día que pasa nos deja un registro de infortunios, un dolor amargo al constatar que el árbol frondoso del conservatismo ha sido transformado en mustio chamicero. Verifico que -hoy- el chorro que perfora rocas, es del manantial que nace en las estribaciones cordilleranas en donde acampan los ejércitos de Arturo Yepes.
¿Errores cometidos? Muchos tal vez. No ha sido este Yepes de mi afecto político. Lo he combatido de frente. Lo valoro, un tanto lábil, a ratos tropero inseguro, ensayador de barricadas. Tiene imperfecciones como ser humano, pero resaltan más sus cualidades y estorban menos sus defectos.
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